Remotos, pero muy remotos, son los antecedentes que contribuyen a explicar la complejidad, la persistencia y subjetividades envueltas en el diferendo que opone a Estados Unidos con la Revolución Cubana iniciada en enero de 1959. Tal maraña de antecedentes históricos antiguos y contemporáneos han generado un “nudo gordiano” en el desarrollo de las relaciones interamericanas actuales. Una explicación convincente no sólo pueden contemplarse con los datos más reciente. El problema incluye aspectos políticos y diplomáticos, económicos y culturales, pero también un espectro intrincado de percepciones. Todo junto, jugando destinos históricos.
El diferendo como fenómeno político-diplomático germinó en el mismo año de 1959. Pero tal germinación se produjo en un surco muy bien alimentado por una serie de experiencias históricas sedimentadas en la conciencia de la nación cubana.
Desde los días en que Tomás Jefferson hacía sus cálculos geopolíticos a costilla de territorios que aun estaban dominados por España ya algunos cubanos sagaces veían el peligro que apenas asomaba. El talentoso ideólogo de la plantación esclavista, Francisco de Arango y Parreño, sospechó de las potencialidades del fenómeno estadounidense en expansión inescrupulosa y acelerada. Tenía razón en la incidencia que podía tener sobre Cuba: los iniciales despuntes independentistas cubanos lo tuvieron por colateral opositor. Algo más contribuyó a la formación de una incipiente conciencia criolla el no menos talentudo José Antonio Saco, que escribió fuertemente contra los deliquios anexionistas en la isla y en la Unión. Mucho más contribuyó José Martí con sus análisis de la realidad estadounidense: la gestación de un imperialismo expansionista amenazando no sólo a Cuba, a todo el sur del Río Bravo. Para impedirlo fundó el Partido Revolucionario Cubano. Desde 1898, las experiencias no solamente fueron teóricas. La frustrante injerencia en la guerra cubana de independencia, la ocupación del país, la imposición de la Enmienda Platt a la Constitución cubana que franqueaba la injerencia y menguaba la autodeterminación y soberanía bien ganada en solitaria pelea, infirieron dolorosas y humillantes heridas en la dignidad nacional. Heridas que fueron removidas una y otra vez con nuevas injerencias y el manejo caprichoso de los gobiernos de aquella república que era el reverso de la soñada por Martí. De manera que cuando se desató un movimiento revolucionario que retomaba parte de aquel programa frustrado, adecuándolo a las nuevas realidades de la dependencia, del subdesarrollo, de la incultura, del deterioro político y administrativo crónico, hicieron todo lo posible por impedirlo.
Una vez instalado el equipo político encabezado por Fidel Castro, llevando a efecto reformas que trasgredían las planteadas en Guatemala apenas unos añitos atrás y que sellaron la acción contrarrevolucionaria perpetrada por los servicios de inteligencia, la United Fruit y los apoyos de Trujillo y Somoza, no cabían dudas de la confrontación. Lo sabían los políticos de Washington y los de La Habana. Sólo faltaban chispitas para que se desplegara. Las fricciones se pusieron a la vista con la Reforma Agraria.
Hasta ese momento las relaciones diplomáticas se habían desenvuelto en un clima de expectación mutua. Se estudiaban recíprocamente. La diferencia estribaba en que el equipo revolucionario sabía a qué atenerse con aquel régimen con un gabinete de millonarios, que había metido las manos en Guatemala, que amparaba a gobiernos dictatoriales, que había orquestado la caída y muerte de Mossadegh en Irán. En tanto, los operadores estadounidenses buscaban brechas para trabajar en dirección contraria al equipo de Fidel Castro. Fue obvio el malestar cubano ante la negativa de extradición de los criminales de guerra y con respecto al desfalco de más de 400 millones de dólares extraídos de Cuba. Estados Unidos tampoco hacía nada respecto a los planes de Trujillo de organizar un ejército contra Cuba. Ya no tenían la Misión Militar, despachada a casa desde enero. Habían aumentado el personal “diplomático”. Obstruían con éxito la adquisición de aviones y armas por parte del gobierno cubano.
La Ley de Reforma Agraria el 17 de mayo desbordó la forzada inercia mantenida por Washington. Creo que hasta ese momento se mantenían pasmados, sorprendidos, por el rumbo y la repercusión latinoamericana. El repudio de que había sido objeto en su fallida gira los tenía atados de manos. Pero la anunciada Reforma Agraria, demanda generalizada en el mundo subdesarrollado, podía soliviantar aun más al campesinado de América Latina. Desde su promulgación la Embajada en la Habana quedó sobrecogida. La versión aprobada había sido la del grupo más radical. La reacción estadounidense no dejaba margen para la negociación:
“El gobierno de los Estados Unidos reconoce que de acuerdo con las leyes internacionales un estado tiene el derecho de tomar la propiedad dentro de su jurisdicción con fines públicos en la ausencia de tratados y otros acuerdos en contrario; sin embargo, este derecho está aparejado con la correspondiente obligación por parte del estado de que tales medidas sean acompañados por el pago de rápida, adecuada y efectiva compensación.
“El texto de la Ley Agraria Cubana da seria preocupación al Gobierno de los Estados Unidos de América respecto a las adecuadas previsiones referentes a las compensaciones a los ciudadanos norteamericanos cuyas propiedades serán expropiadas. Visto el caso de que en muchas ocasiones en el pasado, en que las consultas de los problemas que puedan afectar a ambos países ha tenido un resulta-do mutuamente beneficioso, siento mucho que hasta este momento el gobierno de Cuba no haya encontrado oportunidad para escuchar los puntos de vista de inversionistas norteamericanos en cuyos intereses aparentemente están afectados.
“Por las tradicionales relaciones de amistad y económicas que ligan tan estrechamente ambas naciones, estoy seguro que su Excelencia comprenderá y apreciaría la esperanza que el Gobierno de los Estados Unidos tiene de que será posible tener futuros cambios de opinión, siempre que sea necesario, respecto a la Ley de Reforma Agraria en asuntos que son de profundo interés para ambos Gobiernos”.
Ni el gobierno cubano podía compensar de otro modo, – bonos pagaderos a 20 años al 4.5 por ciento de interés - con el Tesoro exhausto, ni habría de cambiar de opinión por presiones de esa naturaleza. A mi modo de ver, ya la suerte de las relaciones bilaterales estuvo echada desde esos momentos, aunque ninguno quería dejar evidencia de haber echado la primera piedra. Era muy grande la reputación que gozaba el proceso revolucionario cubano para arriesgar una reacción continental imprevisible.
Fue entonces en que empezaron los preparativos secretos para una operación neutralizadora. Porque para entonces la campaña mediática estaba en pleno desarrollo. El fracaso de la agresión estimulada por Trujillo dejó ver que se requería muchos más recursos y tecnologías.
No se descartaron aun las presiones económicas. ¿Cómo un país que descansaba en la producción azucarera para el mercado estadounidense podría resistir unos apretones en ese producto? Una serie de incidentes, que veremos más adelante fueron sazonando el clima. Temores de una parte y otra fueron acelerando, el conato de diferendo. Del lado cubano el temor a las sufridas injerencias, a la frustración de los cambios necesarios como en 1934, temor a la colocación de una nueva dictadura proimperialista. Del lado contrario un miedo mayor. Así lo creo. No hay enemigo pequeño. Cierto. La pequeñez geográfica, económica, demográfica de Cuba podría parecer sin importancia para una potencia tan poderosa. ¿Cómo podría albergar tanto miedo? ¿Generar un nivel de paranoia tan desaforado? ¿Un desajuste de tal naturaleza? Quizá la parábola de David y Goliat, no haya estado sólo en la cabeza de los pequeños, también en los que se consideran gigantes. La firmeza con la cual respondió el David antillano afectaba no tanto la estructura del sistema capitalista estadounidense como la solidez de su hegemonía. Para controlar la rebeldía, sostener a la América Latina dentro del papel subordinado en el subsistema imperial, para evitar la contaminación por vías de ejemplo, optaban por aplicar el terror, el terror asfixiante contra la islita insumisa y el terror contra los gérmenes de inconformidad alentados en el resto de las repúblicas del continente. Tal fue el origen del diferendo, del apoyo a la contrarrevolución y de la ola golpista que estremeció a toda la América.
El diferendo como fenómeno político-diplomático germinó en el mismo año de 1959. Pero tal germinación se produjo en un surco muy bien alimentado por una serie de experiencias históricas sedimentadas en la conciencia de la nación cubana.
Desde los días en que Tomás Jefferson hacía sus cálculos geopolíticos a costilla de territorios que aun estaban dominados por España ya algunos cubanos sagaces veían el peligro que apenas asomaba. El talentoso ideólogo de la plantación esclavista, Francisco de Arango y Parreño, sospechó de las potencialidades del fenómeno estadounidense en expansión inescrupulosa y acelerada. Tenía razón en la incidencia que podía tener sobre Cuba: los iniciales despuntes independentistas cubanos lo tuvieron por colateral opositor. Algo más contribuyó a la formación de una incipiente conciencia criolla el no menos talentudo José Antonio Saco, que escribió fuertemente contra los deliquios anexionistas en la isla y en la Unión. Mucho más contribuyó José Martí con sus análisis de la realidad estadounidense: la gestación de un imperialismo expansionista amenazando no sólo a Cuba, a todo el sur del Río Bravo. Para impedirlo fundó el Partido Revolucionario Cubano. Desde 1898, las experiencias no solamente fueron teóricas. La frustrante injerencia en la guerra cubana de independencia, la ocupación del país, la imposición de la Enmienda Platt a la Constitución cubana que franqueaba la injerencia y menguaba la autodeterminación y soberanía bien ganada en solitaria pelea, infirieron dolorosas y humillantes heridas en la dignidad nacional. Heridas que fueron removidas una y otra vez con nuevas injerencias y el manejo caprichoso de los gobiernos de aquella república que era el reverso de la soñada por Martí. De manera que cuando se desató un movimiento revolucionario que retomaba parte de aquel programa frustrado, adecuándolo a las nuevas realidades de la dependencia, del subdesarrollo, de la incultura, del deterioro político y administrativo crónico, hicieron todo lo posible por impedirlo.
Una vez instalado el equipo político encabezado por Fidel Castro, llevando a efecto reformas que trasgredían las planteadas en Guatemala apenas unos añitos atrás y que sellaron la acción contrarrevolucionaria perpetrada por los servicios de inteligencia, la United Fruit y los apoyos de Trujillo y Somoza, no cabían dudas de la confrontación. Lo sabían los políticos de Washington y los de La Habana. Sólo faltaban chispitas para que se desplegara. Las fricciones se pusieron a la vista con la Reforma Agraria.
Hasta ese momento las relaciones diplomáticas se habían desenvuelto en un clima de expectación mutua. Se estudiaban recíprocamente. La diferencia estribaba en que el equipo revolucionario sabía a qué atenerse con aquel régimen con un gabinete de millonarios, que había metido las manos en Guatemala, que amparaba a gobiernos dictatoriales, que había orquestado la caída y muerte de Mossadegh en Irán. En tanto, los operadores estadounidenses buscaban brechas para trabajar en dirección contraria al equipo de Fidel Castro. Fue obvio el malestar cubano ante la negativa de extradición de los criminales de guerra y con respecto al desfalco de más de 400 millones de dólares extraídos de Cuba. Estados Unidos tampoco hacía nada respecto a los planes de Trujillo de organizar un ejército contra Cuba. Ya no tenían la Misión Militar, despachada a casa desde enero. Habían aumentado el personal “diplomático”. Obstruían con éxito la adquisición de aviones y armas por parte del gobierno cubano.
La Ley de Reforma Agraria el 17 de mayo desbordó la forzada inercia mantenida por Washington. Creo que hasta ese momento se mantenían pasmados, sorprendidos, por el rumbo y la repercusión latinoamericana. El repudio de que había sido objeto en su fallida gira los tenía atados de manos. Pero la anunciada Reforma Agraria, demanda generalizada en el mundo subdesarrollado, podía soliviantar aun más al campesinado de América Latina. Desde su promulgación la Embajada en la Habana quedó sobrecogida. La versión aprobada había sido la del grupo más radical. La reacción estadounidense no dejaba margen para la negociación:
“El gobierno de los Estados Unidos reconoce que de acuerdo con las leyes internacionales un estado tiene el derecho de tomar la propiedad dentro de su jurisdicción con fines públicos en la ausencia de tratados y otros acuerdos en contrario; sin embargo, este derecho está aparejado con la correspondiente obligación por parte del estado de que tales medidas sean acompañados por el pago de rápida, adecuada y efectiva compensación.
“El texto de la Ley Agraria Cubana da seria preocupación al Gobierno de los Estados Unidos de América respecto a las adecuadas previsiones referentes a las compensaciones a los ciudadanos norteamericanos cuyas propiedades serán expropiadas. Visto el caso de que en muchas ocasiones en el pasado, en que las consultas de los problemas que puedan afectar a ambos países ha tenido un resulta-do mutuamente beneficioso, siento mucho que hasta este momento el gobierno de Cuba no haya encontrado oportunidad para escuchar los puntos de vista de inversionistas norteamericanos en cuyos intereses aparentemente están afectados.
“Por las tradicionales relaciones de amistad y económicas que ligan tan estrechamente ambas naciones, estoy seguro que su Excelencia comprenderá y apreciaría la esperanza que el Gobierno de los Estados Unidos tiene de que será posible tener futuros cambios de opinión, siempre que sea necesario, respecto a la Ley de Reforma Agraria en asuntos que son de profundo interés para ambos Gobiernos”.
Ni el gobierno cubano podía compensar de otro modo, – bonos pagaderos a 20 años al 4.5 por ciento de interés - con el Tesoro exhausto, ni habría de cambiar de opinión por presiones de esa naturaleza. A mi modo de ver, ya la suerte de las relaciones bilaterales estuvo echada desde esos momentos, aunque ninguno quería dejar evidencia de haber echado la primera piedra. Era muy grande la reputación que gozaba el proceso revolucionario cubano para arriesgar una reacción continental imprevisible.
Fue entonces en que empezaron los preparativos secretos para una operación neutralizadora. Porque para entonces la campaña mediática estaba en pleno desarrollo. El fracaso de la agresión estimulada por Trujillo dejó ver que se requería muchos más recursos y tecnologías.
No se descartaron aun las presiones económicas. ¿Cómo un país que descansaba en la producción azucarera para el mercado estadounidense podría resistir unos apretones en ese producto? Una serie de incidentes, que veremos más adelante fueron sazonando el clima. Temores de una parte y otra fueron acelerando, el conato de diferendo. Del lado cubano el temor a las sufridas injerencias, a la frustración de los cambios necesarios como en 1934, temor a la colocación de una nueva dictadura proimperialista. Del lado contrario un miedo mayor. Así lo creo. No hay enemigo pequeño. Cierto. La pequeñez geográfica, económica, demográfica de Cuba podría parecer sin importancia para una potencia tan poderosa. ¿Cómo podría albergar tanto miedo? ¿Generar un nivel de paranoia tan desaforado? ¿Un desajuste de tal naturaleza? Quizá la parábola de David y Goliat, no haya estado sólo en la cabeza de los pequeños, también en los que se consideran gigantes. La firmeza con la cual respondió el David antillano afectaba no tanto la estructura del sistema capitalista estadounidense como la solidez de su hegemonía. Para controlar la rebeldía, sostener a la América Latina dentro del papel subordinado en el subsistema imperial, para evitar la contaminación por vías de ejemplo, optaban por aplicar el terror, el terror asfixiante contra la islita insumisa y el terror contra los gérmenes de inconformidad alentados en el resto de las repúblicas del continente. Tal fue el origen del diferendo, del apoyo a la contrarrevolución y de la ola golpista que estremeció a toda la América.
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