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El mundo, en un mar de contradicciones

Todos los analistas están de acuerdo en que el mundo se dirige hacia un nuevo orden. Un nuevo orden que implicará una nuevo sistema económico, un nuevo equilibrio internacional y una redefinición de las fuentes de energía. La crisis puede acelerar el proceso. Pero hay nubarrones

MIGUEL GIRÁLDEZ


No hay mal que por bien no venga. Los observadores internacionales han echado mano del refranero popular para interpretar el momento actual que vive el planeta. Todos están de acuerdo en que la crisis es mala, negativa, e incluso frustrante. Y, además, resultará muy difícil zafarse de ella.

Pero lo cierto es que la crisis económica puede tener un aspecto positivo, por extraño que parezca. Hay que recortar, y entre los recortes, el armamento nuclear está entre los objetivos de Barack Obama. La crisis hace más vulnerable la seguridad y probablemente más impredecibles los comportamientos. Hace falta fortalecer el equilibrio internacional, pero ya no puede hacerse siguiendo los viejos parámetros. Con Obama comienza el siglo XXI. No lo hizo, desde luego, antes. Pero no sólo con Obama. El siglo comienza porque son muchas las piezas del rompecabezas mundial que se están moviendo. Hay un dinamismo político, comercial, diplomático, que debe tenerse muy en cuenta. La crisis puede aprovecharse, además, para volver a la economía sostenible. Al menos eso opina Oliver Tickell, uno de los expertos en medio ambiente, que acaba de publicar Kyoto2. Sin embargo, este nuevo siglo se mueve en medio de un mar de contradicciones. Este reportaje analiza a qué nos enfrentamos.

Al final, la crisis puede tener incluso su lado bueno. El recorte del gasto puede afectar al sistema de equilibrio internacional que, hasta el momento, se caracterizaba fundamentalmente por el rearme y la estrategia del recelo. Aunque es cierto que, en su día, la guerra fría consiguió bajar muchos enteros la temperatura de las relaciones internacionales, lo cierto es que en los últimos años, coincidentes sobre todo con la llamada era Bush en los Estados Unidos, supusieron un repunte de las soluciones militares globales y un aumento de la tensión global. El terrorismo, que llegó fundamentalmente firmado por Al Qaeda, representó el otro punto de confrontación grave a escala mundial. Tan grave que algunos dirigentes, como Zapatero o Erdogan, consideraron necesario poner los cimientos de una especie de Alianza de las civilizaciones. El desequilibrio se había generalizado. A los antiguos bloques, que se diluyeron con la caída del muro de Berlín, le sucedía un fin de siglo XX complejo en el que nuevas tensiones, no siempre identificables geográficamente, surgían sin cesar.


Lanzamiento del cohete Unha-2, con el que Pyongyang afirma que colocó en órbita un satélite de comunicaciones el pasado 5 de abril.
FOTO: EL CORREO
Sin embargo, lo que podría suponer una escalada bélica mundial, ha pasado a ser de pronto un escenario en que se busca el diálogo y la distensión. No son pocos los que se lo atribuyen a Barack Obama, opuesto radicalmente a las posturas de confrontación. Pero es la crisis ("la economía, estúpidos"), la que está jugando su papel a la hora de enfriar el planeta. Y la energía, claro: la gran asignatura pendiente. Porque se pueden enfriar las relaciones entre los países, pero el clima global, debido al cambio climático (negado por unos y afirmado por otros) no parece que se pueda enfriar fácilmente. Hay urgencias que obligan a aparcar las confrontaciones ideológicas y políticas. El mundo real va a terminar dándonos una lección.

Oliver Tickell, uno de los gurús del medio ambiente, acaba de afirmar esta semana que es la crisis la que nos puede ayudar a salir de la crisis. Parece una tautología, pero quizás los problemas económicos nos enseñen el camino. Para él, perder la oportunidad de construir una sociedad más sostenible sería imperdonable. Y no parece que las conclusiones del G-2o, por ejemplo, vayan por ese camino. "dar 850 mil millones al Fondo Monetario sólo va a hacer que los pobres sufran más", ha dicho en The Guardian esta semana. La economía vista como bestia que destruye el planeta se está poniendo de moda entre un amplio sector de analistas. Y no se trata de ecologistas radicales: el mensaje empieza a calar en las propias entrañas del poder, tan reacio a menudo a cambios estructurales cuyo final no se puede prever. Obama parece dispuesto a poner en marcha esos cambios estructurales, a sabiendas de que muchos de ellos serían, a la larga, irreversibles. Causa vértigo en la economía tradicional, y puede que en la banca, pero el momento parece el adecuado. Cada vez son más lo que se suman a teorías como las que expone Tickell: las viejas estructuras del poder económico ya no sirven. Y la interpretación del mundo que se hacía hace tan sólo veinte años ha quedado obsoleta. La confrontación, además, resulta muy cara. Obama no puede dejar de pensar en casos como los de Irak y Guantánamo, y está deseoso de cerrar cuanto antes ambos capítulos. En sus últimas decisiones, ha optado por jugársela a la mayor opción: en lugar de análisis locales y políticas regionales (necesarias, en todo caso, en muchas partes del globo) el nuevo dirigente americano acaba de sorprender con su decisión de cambiar las reglas del equilibrio nuclear en el planeta. Reducir el arsenal y el peligro nuclear es algo que casa muy bien con Medyedev, que ha saludado la nueva política, suavizando así la tensión por el escudo antimisiles que se pretende instalar en Europa. Pero no casa tan bien, en cambio, con la emergente política nuclear de Irán, un asunto que promete ocupar en el futuro buena parte del tiempo de Obama dedicado a política internacional: y eso que, en principio, Teherán asegura que no pretende fabricar la bomba. En el horizonte, está, además el asunto de Corea del Norte, que el pasado día 5 lanzó un cohete que ha disparado las alarmas.

Primera paradoja: tensión nuclear mientras se busca un mundo sin armas nucleares
En medio de todo el maremágnum de la crisis económica, Obama acaba de proponer una drástica reducción de los arsenales nucleares en el mundo. ¿Recorte provocado por la crisis? ¿Estrategia de distensión ante otras amenazas potenciales? ¿Utopía? No ha faltado quien tache de utópica la propuesta de Obama, pero lo cierto es que tardó tan sólo 52 minutos en formularla. ¿Se puede cambiar tanto en tan poco tiempo?
Los observadores internacionales coinciden en que el aumento de las tensiones locales, en algunas zonas del planeta, ha derivado, a su vez, en un aumento del peligro de un ataque nuclear, aunque no necesariamente a gran escala. Obama propone una reducción drástica, a la vez que cambia su política con el régimen de Teherán. El primer intento ha sido un vídeo de reconciliación en el que el presidente americano reconoce la riqueza y la antigüedad de la cultura iraní. Es un buen comienzo, tal vez, si se considera que Irán puede llegar a poseer el arma nuclar en un contexto de extrema dificultad política (Oriente medio). Ahmadinayed ha declarado que sus instalaciones, en fase avanzada (en realidad el proyecto insignia de su gobierno) sólo pretenden dotar de energía a su país: algo, afirma, a lo que tienen perfecto derecho.
Obama, a pesar de las reticencias de muchos de sus socios, ha optado quizás por una postura valiente. Aprovechemos ciertos repuntes nucleares para eliminar la amenaza, o para reducirla al máximo. La situación de Oriente Medio sigue sin resolverse y Pakistán sigue preocupando extraordinariamente, porque se trata de una zona muy sensible, no sólo por los roces históricos con la India, sino por la presencia de Afganistán, el único lugar del globo donde Obama pretende aumentar la presencia americana de forma drástica. Rusia es, ahora mismo, un firme defensor de las posturas de Obama. En realidad, hay en el mundo 24.000 cabezas nucleares, pero prácticamente todas son herencia de la guerra fría y pertenecen a los arsenales de Estados Unidos y Rusia.
Segunda paradoja: ¿más centrales en un mundo verde?
La energía es, una vez más, uno de los asuntos más importantes de la agenda internacional. Una de las acusaciones más fuertes que se han hecho al G-20 es que no se han tomado medidas importantes para aumentar los proyectos realcionados con energías renovables. Obama llevaba en su programa el desarrollo de este tipo de energía, y, de hecho, es cierto que las gasolineras que sirven etanol, por poner un ejemplo, se han multiplicado exponencialmente en los Estados Unidos. La dependencia de los combustibles fósiles está puesta en cuestión, porque es parte de la nueva estrategia internacional. La política petrolífera ha centrado el interés, y también las tensiones, en lugares muy concretos del globo. Las energías renovables podrían eliminar la dependencia regional que provocan los recursos petrolíferos: casos como el de Venezuela han acelerado, que ha redefinido sus estrategias con el petróleo, han disparado la tendencia favorable a las energías alternativas. Pero la recesión y la indefinición están frenando esas tendencias. De hecho, algunos líderes empresariales y, por qué no decirlo, algunos científicos, han vuelto a resucitar la energía nuclear como la energía del futuro. ¿Son necesarias más centrales? ¿Es la única solución factible?
Tercera paradoja: hace falta una nueva economía, pero se apoya a la antigua
La paradoja de la economía es la que trae de cabeza a los especialistas. Todos parecen estar de acuerdo en que hay que refundar el sistema capitalista, pero las actuaciones iniciales han consistido, fundamentalmente, en apoyar la banca con dinero público. Se arguye que el sistema no puede caer de golpe, porque sería mucho peor. Lo que no se sabe es si se van a acometer arreglos estructurales o si se volverá a las andadas. Obama quiere una economía nueva, pero sabe que eso es difícil de diseñar. Además, hay una crisis de confianza: lo peor que le puede pasar a la economía. Así las cosas, está claro que los países pobres sufrirán, porque las inversiones en ellos bajarán aún más. Los países en vías de desarrollo ralentizarán su evolución, y eso es malo para el progreso. Hay una sensación de parálisis, pero los gobiernos occidentales han apostado por la inyección de dinero hasta que todo se estabilice.
No obstante, los grandes empresarios, sobre todo en el Reino Unido, no se explica por qué no se invierte lo suficiente en energías alternativas; ¿acaso no se cree del todo en ellas? Hace falta dinero para acometer acciones verdes, pero en el último G-20 nada se avanzó en este sentido. Nadie duda de las importantes posibilidades de negocio que abren con las energías alternativas, pero, para ello, hay que creer en ellas. Muchas empresas de energías renovables, en el Reino Unido, están sufriendo problemas de liquidez, porque no logran poner en marcha las líneas de investigación, económicamente dotadas, que se habían previsto. Si se quiere energía alternativa hay que invertir en ella. Eso es todo. El apetito por invertir en energía nuclear parece demostrado. Pero en Inglaterra se dispara, por ejemplo, la industria de las wind farms (molinos) offshore. La crisis, dice Tickell, nos debería enseñar que el camino era el equivocado. Pero si tenemos que ahorrar, produciremos menos emisiones, y todo irá mejor. Estar al albur de las reservas de petróleo, o de gas, siempre es un mal asunto. Vivir en una economía de derroche, siendo este mundo tan frágil, también es un mal asunto.

Mientras las energías renovables llegan con fuerza, la energía nuclear también parece regresar.
FOTO: EL CORREO
La polémica por la nuclearización, o la presunta nuclearización, de algunas zonas calientes del globo alcanza cada vez más fuerza. Y, justamente en este contexto, Obama acaba de proponer una reducción drástica de los arsenales de todos los países, asegurando que el peligro de un ataque es alto, aunque no el de una guerra total. ¿Está en el origen de la oferta del presidente de los Estados Unidos la posible solución al conflicto con las autoridades iraníes? Es posible. Pero Irán no es el único problema. En realidad, lo que Obama parece pretender es una completa reescritura de los equilibrios mundiales. Sabe muy bien que las cosas están cambiado a gran velocidad, y que los viejos parámetros ya no sirven para medir las situaciones actuales. Tal vez suene a algo muy utópico, pero una vida con mucho menos armamento alrededor es posible. Y mucho más sostenible económicamente. Lo que se necesita, dice el persidente americano, es un buen sistema de inspecciones, la agilización de las sanciones para los que violen los tratados y, en suma "que las palabras signifiquen realmente algo". Parece claro, según las propias observaciones de Obama, que robar o construir una bomba es cada vez más sencillo. Así que hay que cambiar el sistema, y para ello hay que generar otras voluntades, otras confianzas, otras alianzas. Nada de lo viejo del siglo XX nos sirve. O mejor, sí nos sirve algo: la traumática experiencia de la Guerra mundial y las consecuencias de la bomba. "Hay que ignorar las voces de los que nos dicen que las cosas no pueden cambiar", ha recalcado Obama a quien quería escucharle. Y en ese punto parecen estar las conversaciones. Ha prometido, además, cambiar toda la política armamentística y militar de los Estados Unidos, lo cual es decir mucho. ¿Podrá hacerlo? Y lo cierto es que tendrá que hacerlo, cuando lleguen los compromisos a los que él mismo desea llegar. El mundo, pues, se debate en este momento entre grandes paradojas. Se pretende la eliminación de las armas nucleares, o su drástica disminución, pero, al mismo tiempo, parece que existe una progresivo aumento de la tensión nuclear en algunas zonas, hay recelos acerca de la producción atómica de Irán, y Corea del Norte, como se ha dicho, ha lanzado un cohete, que, según algunos, hubiera significado (de no haber resultado fallido como Estados Unidos y otros creen) una especie de prueba de misiles de largo alcance. ¿Cómo hacer compatible el deseo de eliminar las armas nucleares con el aumento progresivo de la tensión nuclear en algunas zonas?
Por si fuera poco, la energía nuclear también se abre camino en los debates. Al calor de los problemas generados por el cambio climático y las emisiones, y aprovechando además el otro clima, el generado por la crisis económica, los defensores de la energía nuclear como la energía alternativa más creíble se multiplican. Hoy se sabe que se puede conseguir desarrollo y sostenibilidad sin contaminar. Limitando las emisiones. Pero nadie dice que sea fácil. Y muchos aseguran que, si es a expensas de duplicar las instalaciones nucleares, prefieren no hacerlo. Quizás las energías alternativas, a pesar del gran avance en los últimos años, no hayan llegado al final de la carrera a la velocidad de crucero adecuada. Algunos constructores de coches creen, a medias, en los vehículos híbridos. Sólo piensan en el bioetanol como combustible con suficiente potencial energético, y, en cualquier caso, nada comparable al petróleo. Por tanto, muchos ven el transporte limpio como algo lejano. Otros lo ven muy cerca. El coche eléctrico, que está en continuo desarrollo, comienza a verse en las ciudades. En algunos lugares, como en Londres, se han instalado puntos de recarga por unos cien euros anuales, que consisten, básicamente, en enchufar el coche y esperar (bastante) a que las baterías se llenen. ¿Pero está el coche eléctrico en condiciones de competir con lo que hoy tenemos? Funciona en pequeños contextos, pero de forma masiva aún está por ver.


Un conductor enchufa un coche eléctrico en un punto de recarga de Westminster, Londres.
FOTO: EL CORREO
La segunda gran paradoja del presente, que lleva a los ciudadanos a una cierta confusión, estriba, justamente, en el apartado energético. Uno de los grandes temas, si no el más importante. El modelo energético influirá drásticamente en la calidad de vida. Y para muchos ya está bien de combustibles fósiles que han ensuciado la tierra y el aire. Las energías alternativas, además, van a volver a definir el mapa. Ya no se va a depender de los yacimientos, sino de las plantas de elaboración y reciclaje, y quizás se pueda lograr un mayor equilibrio mundial en este punto. No han faltado quienes han asegurado que, además de los peligros potenciales que conlleva la energía nuclear, en España sería la más cara. Y supondría prolongar la vida de las actuales centrales, algunas bastante viejas. Pero el hecho de que no emitan CO2 ha puesto a las nucleares de moda. Hasta han sido descritas como la alternativa más ecológica posible con los avances actuales. Paradójicamente, el futuro inmediato parece moverse entre el avance verde y renovable, y el regreso a la energía atómica.

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