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Breve semblanza del Che Guevara en el 50 Aniversario de la Revolución Cubana

Celebrando el 50 Aniversario de la Revolución Cubana y su permanencia como una esperanza para la humanidad del siglo XXI, un recordatoria de la figura del Che Guevara, de sus ideas y su acción


BREVE SEMBLANZA DEL COMANDANTE CHE GUEVARA EN EL 50 ANIVERSARIO DE LA REVOLUCIÓN CUBANA

Miguel Manzanera Salavert

Uno de los hechos más importantes del último periodo histórico, durante el cambio de siglo XX al XXI, ha sido la pervivencia de la orientación socialista de la República de Cuba, en medio de las contradicciones y las paradojas ocasionadas por el fin del Bloque del Este y cuando ya los augures del Imperio vaticinaban que el ‘régimen de Castro’ estaba abocado a la desaparición. Desmintiendo esas predicciones equivocadas, la nación cubana se convierte cada día más en el espejo moral y político de lo que será la humanidad futura, el socialismo fundado en los ideales de una existencia más plena para todos. Hoy la República de Cuba nos llena de orgullo y esperanza, al celebrar el 50 aniversario de la Revolución que la hizo posible.

La dimensión histórica de la gesta heroica del pueblo cubano empieza a tomar sus verdaderas proporciones en esta primera década del siglo XXI, cuando América Latina despierta de la pesadilla en la que se hundió con las dictaduras de los años 70, y después con las políticas neoliberales que condujeron hacia el desastre económico de los años 80. La salida de ese mal sueño conduce a las naciones latinoamericanas a tomar con naturalidad el modelo cubano como punto de referencia para su desarrollo, teniendo en cuenta especialmente lo que se refiere a sus logros en educación y sanidad, pero también en justicia social y en seguridad ciudadana. Más allá del enorme problema de los huracanes cada vez más frecuentes por efecto del cambio climático, en la isla se desarrolla la vida sencilla y alegre, sin preocupaciones acuciantes por sobrevivir, mientras los médicos y los maestros cubanos son la vanguardia de una revolución que no se libra con las armas en la mano, como aquella otra que ahora conmemoramos, sino con el conocimiento puesto al servicio de la emancipación humana.

Y eso sucede cuando la crisis financiera global del neoliberalismo, atascando el corazón del vampiro en Wall Street y la City londinense, es un síntoma más de la inutilidad del modo de producción mercantil para organizar las relaciones sociales, dentro de un sistema social que sea a la vez avanzado y consistente. Las profundas contradicciones de la vida social en el capitalismo se manifiestan a cada paso de la historia. La ineficacia de ese sistema tiene un trasfondo más que evidente en el agotamiento ecológico del planeta Tierra a causa de la sobrexplotación capitalista de los recursos naturales, para satisfacer el despilfarro de los países que llaman ‘desarrollados’ y que sería mejor calificar como ‘depredadores suicidas’. Pero la magnitud del ejemplo cubano, como alternativa a ese sistema dominante, desequilibrado e injusto, sólo saldrá plenamente a la luz a lo largo del siglo XXI, cuando ante el ocaso de la civilización industrial capitalista se revaloricen las experiencias del socialismo como la posibilidad de un futuro viable para la humanidad.

Así se va demostrando la razón histórica de la Revolución que triunfó en aquel mes de enero de 1959; la razón a la que apelaba Fidel Castro en su discurso de defensa frente a los tribunales que le juzgaban por delito de sedición tras el fracaso del asalto al cuartel Moncada en Santiago de Cuba. Esa razón histórica llevó a los hombres y mujeres que participaron en aquella empresa, arriesgando la vida que muchos perdieron, en el afán de libertar Cuba y a la humanidad de sus enormes lacras, incontables servidumbres. Con la voluntad de vencer en pos de la razón encarnada por aquella vanguardia armada, el más memorable entre aquellos combatientes por su decisión, sinceridad y arrojo, destaca la figura de Ernesto ‘Che’ Guevara.

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En el mes de octubre del año 2007 celebramos también el cuarenta aniversario de la muerte del Che Guevara. Figura controvertida, adorada por unos y vilipendiada por otros, marca un hito en la historia del siglo XX. Hace ya años que Fernando Savater escribió en El País un artículo criticando su figura histórica y este año una editorial del mismo periódico ha levantado una ola de airadas protestas, al hacer una descalificación llena de insultos hacia el personaje. La alcaldesa de Madrid, Esperanza Aguirre, también se atrevió a decir en noviembre de 2008 que el Che era un canalla. Pero la mayor parte de esos argumentos son meros insultos ad hominem, que carecen de valor demostrativo, aunque lo utilice el editorialista del periódico con mayor tirada en nuestro país. Esto no significa que no se pueda hacer una crítica, sino que la crítica ha de hacerse por buenas razones. Y ninguna de las que esgrime los voceros del imperio y los ideólogos del sistema tiene peso ni realidad suficiente.

Tres clases de críticas que se suelen hacer a nuestro personaje: en primer lugar, el Che Guevara se equivocó en sus planteamientos sociales y en su idea de la justicia, que han sido refutados por la historia reciente; en segundo lugar, el talante heroico de su personalidad está trasnochado y no se puede proponer como modelo para nadie; en tercer lugar, su figura histórica ha sido manipulada al elevarse hasta la categoría de mito por intereses políticos.

Esas críticas son la expresión de una época, en la que se querido hacer incuestionable el poder de las empresas capitalistas y los Estados que les sirven. En primer lugar, hoy en día se afirma que no hay más justicia social que la que produce el mercado. Por eso todo intento de lograr la justicia por otras vías, políticas y sociales, es equivocado. Sin embargo, a la vista de todos está que ese argumento es un sofisma sin base empírica, que se hace pasar por ciencia positiva. Vivimos en un mundo regido por la economía de mercado, en donde ‘clama al cielo’ la miseria de millones de personas. Es decir, el mercado no produce justicia social, pues aunque crea riqueza para algunos, también genera miseria para muchos. Y en todo caso el mercado crea riqueza porque incrementa la explotación de la tierra y de los trabajadores. Esa era la convicción del Che Guevara.

En segundo lugar, además, la cultura posmoderna niega cualquier forma apasionada de aspirar a los ideales, afirmando que éstos no se pueden alcanzar y que producen un daño irreparable a la historia humana. Por eso se desprecia el talante heroico del guerrillero latinoamericano. Nuestra época es escéptica y descreída, entre otras cosas porque de ese modo es más fácil de aceptar la injusticia dominante. Pero esa falta de interés por los ideales sólo contribuye a que la injusticia se haga más fuerte y extendida. Es muy posible que la humanidad nunca alcance un estado de justicia perfecto, pero aspirar a la justicia es imprescindible para evitar que caigamos en una situación de completo desorden. Y éste es el mérito del Che, y dicho de paso de la República de Cuba.

Finalmente, la manipulación de la opinión pública -a través de la mal llamada ‘publicidad’, que no es sino propaganda de la peor especie-, es un mecanismo imprescindible para el funcionamiento del mercado actual; por eso los defensores del mercado afirman la manipulación universal de todas las conciencias. En esos momentos el escepticismo se convierte en cinismo y la crítica en ideología. Nada hay más sano que el escepticismo cuando es un camino de búsqueda de la verdad. Pero no se debe confundir esa búsqueda con la negativa a reconocer los compromisos sociales en los que vivimos, negativa que tiene el objetivo de aprovecharse del prójimo. Que el Che Guevara aceptó sus compromisos y no quiso aprovecharse de nadie, lo demostró con su vida ejemplar y heroica. Y que la veneración de su imagen no es manipuladora, se muestra en la tensión moral que despierta entre las gentes que admiran su obra.

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En definitiva la ideología dominante pretende perpetuar la sociedad actual, justificando la imposibilidad de cambiarla por otra mejor. Y sin duda es ésta la mejor forma de sociedad para muchas personas; pero también es la peor para muchísimas más. No sólo porque en el mundo actual hay miles de millones personas que viven en la pobreza, sino también porque las generaciones venideras recibirán un mundo destruido por la contaminación y agotado en sus riquezas, a lo que parece tal y como va la humanidad actual. Por eso, quizás nuestra sociedad no sea tan buena como dicen los afortunados que pueden satisfacer todos sus caprichos en el mercado; incluidos los más pervertidos y los más banales. Claro que eso no se puede decir en la prensa occidental, que es profundamente conservadora en su mayoría.

Del mismo modo que se ataca la figura del Che Guevara, se desarrolla una campaña de propaganda contra el Estado cubano, acusado de totalitario. Algunos hechos parecen avalar esa tesis. Pero si se profundiza un poco, los argumentos se caen por hipócritas. La República de Cuba está en la Comisión de Derechos Humanos de la O.N.U., mientras que los EE.UU. han sido condenados repetidas por la violación sistemática de los Derechos Humanos. La República de Cuba envía médicos y educadores a los países necesitados, mientras que los EE.UU. envían ejércitos públicos y privados para asesinar a sus ciudadanos.

La diferencia consiste en que los cubanos tienen ideales pero los norteamericanos tienen dinero. ¿Qué hace más daño el dinero o los ideales? Quizás el que tenga ideales sufrirá más que el que tenga dinero, aunque los ricos también lloran. Pero también es cierto que el idealista hará sufrir menos a los otros que el rico, pues éste al apropiarse de los bienes terrenales priva a los otros de ellos. El rico necesita la violencia para defender su riqueza. De modo que la moral es rechazada hoy en día porque hace sufrir a las personas, pues les impone privaciones y la represión de sus caprichos y deseos arbitrarios; pero es necesaria para la vida social sin conflictos graves.

Lo que no nos suelen contar los periódicos liberales como El País, es el precio que tienen que pagar los pueblos y las naciones para poder gozar de la Paz Imperial que les ofrece Occidente; ni cuáles son los motivos y razones de tantas rebeldías y oposiciones, que aparecen por todas partes y latitudes en contra de ese Imperio apoyado en las armas de la OTAN. Nunca se dice en esa prensa que los EE.UU. apoyan el terrorismo de los llamados ‘disidentes cubanos’, para intentar acabar con la Revolución Cubana.

Pero la República de Cuba no es más totalitaria que el Estado español, y lo es mucho menos que los EE.UU. Pues si en Cuba se encarcelan disidentes, lo mismo se hace aquí con los miembros de Batasuna, y por los mismos motivos: Cuba lleva soportando un acoso terrorista apoyado por los EE.UU. desde l959, año del triunfo de la revolución. El terrorismo ha sido siempre el arma del Imperio; lo que sucede es que ahora se lo quiere sustituir por un control de la sociedad y de los pueblos que se basa en la tecnología sofisticada. Y no hablemos de las cárceles de los EE.UU., ni las prácticas de torturas de su policía y su ejército; silenciemos la tradición inquisitorial del Estado español y dejemos que El País siga fabricando su ideología dominante. Vamos a hablar ya de nuestro héroe, que como todo en este mundo tendrá su lado oscuro, pero que en su mayor parte está hecho de luz y claridad.

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El Che tuvo una vida meteórica: cuando murió a los 39 años había recorrido medio mundo con el fusil en la mano, y ya tenía varios libros escritos sobre la política comunista y la teoría marxista; había participado en la única revolución socialista que ha triunfado en un país de lengua castellana y contribuido a la construcción del único Estado socialista que todavía se mantiene en Occidente. Cuarenta años después de su muerte se ha convertido en un icono universal; su imagen reproducida hasta la saciedad en todo tipo de objetos, camisetas, libros, postales, cuadros, etc., es un fenómeno de masas que le hace la competencia a Marilyn con ventaja en el imaginario colectivo. En la República de Cuba recibe el título de ‘guerrillero heroico’, como reconocimiento a su contribución en la guerra de liberación nacional contra el sometimiento de la isla al Imperio norteamericano. Su figura se encuentra en el Museo de la Revolución junto a Camilo Cienfuegos y Fidel Castro. Su icono y su nombre se repiten en carteles, camisetas, edificios e instituciones, asociados a las consignas revolucionarias: ¡patria o muerte!, ¡venceremos! Aparece homenajeado en hermosas y conocidas canciones de los trovadores cubanos, como la famosa tonada de Carlos Puebla, aprendimos a quererte/ desde la histórica altura,/ en que el sol de tu bravura/ le puso cerco a la muerte…

Esa devoción del pueblo cubano por el Che, se debe también a su lucha internacionalista para extender la revolución cubana al continente africano y al resto de América; empeño durante el que murió en 1967, cuando intentaba crear una guerrilla revolucionaria en Bolivia, asesinado por un sargento del ejército boliviano, asesorado por la CIA (Central de Inteligencia Americana). En memoria de ese hecho histórico, el poeta cubano Nicolás Guillén escribió uno de sus versos más conocidos, Soldadito boliviano.

Es claro que el Che fue uno de los actores principales de aquella época conocida como la ‘guerra fría’: una confrontación militar entre la URSS y los EE.UU., que duró desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta 1990 aproximadamente. No llegó nunca a ser una guerra abierta entre esas dos grandes potencias mundiales del momento, porque el armamento nuclear lo impedía. Una guerra abierta entre ambas superpotencias, en esas condiciones hubiera sido una catástrofe absoluta. Pero la rivalidad militar se manifestaba en conflictos localizados, guerras de liberación por la soberanía de los países colonizados, enfrentamientos armados por imponer uno u otro modelo económico, guerras civiles entre partidarios de una u otra potencia. En ese escenario, el Che fue uno de los principales jefes militares del lado socialista.

Provenía de Argentina, de ahí su sobrenombre, Che, expresión típica de ese país latinoamericano, como lo es de los valencianos en nuestra península ibérica. En su juventud recorrió el continente americano desde el sur de Chile hasta Perú, donde se casó por primera vez. Fue la experiencia de América explotada y sometida, la que determinó su adhesión a la revuelta de las clases populares y al socialismo. Luego viajó a México para enrolarse en el grupo de Fidel Castro, con quien se embarcó en el yate llamado Granma, junto con un reducido grupo de revolucionarios, cuyo objetivo era derrocar por las armas la dictadura de Batista en Cuba. Destacó como militar en esa contienda y se le debe uno de los combates decisivos, la toma de la ciudad de Santa Clara en el centro de la isla. El Che con un puñado guerrilleros fue capaz de rendir una división del ejército regular que viajaba en un tren blindado, interceptándolo en Santa Clara. Fue un golpe de suerte. Esa acción, notable por su arrojo y valentía, fue uno de esos hechos históricos que revelan las características de una coyuntura social, al mismo tiempo que modifican la correlación de fuerzas y determinan los acontecimientos posteriores. Al cabo de pocos días el dictador huía de La Habana y los revolucionarios entraban victoriosos en la capital de Cuba.

En la reconstrucción de la República de Cuba tras la guerra civil el Che tuvo un papel importante. Primero, en la misión de llevar a término la justicia revolucionaria, como encargado de los juicios contra los miembros de la dictadura implicados en la represión del pueblo cubano; dichos juicios terminaron con varias condenas a la pena capital que fueron ejecutadas por el Che. Además como ministro de industria puso las bases del desarrollo socialista de la economía cubana; en ese aspecto contribuyó a la teoría y la práctica económica del socialismo. Aunque el Che murió antes de poder ver los resultados de su trabajo, la isla se convirtió en uno de los mayores productores de azúcar del mundo, que se exportaba principalmente a los países del Este de Europa. En su mejor época durante los años setenta y en los ochenta, antes del hundimiento del bloque del Este, Cuba consiguió unos niveles económicos y culturales muy superiores a su entorno latinoamericano con el apoyo de la economía soviética y de otros países socialistas. Al mismo tiempo el ejército cubano combatía victoriosamente en Angola contra el ejército de Sudáfrica, entonces estado fascista donde se producía la segregación racial de la mayoría negra de la población, el conocido apartheid.

Finalmente el Che fue impulsor de la idea del hombre nuevo, central en la cultura cubana revolucionaria. Con esa idea se quieren subrayar los aspectos éticos y morales de la acción social, refiriéndose a la persona capaz de subordinar sus intereses egoístas por el bienestar colectivo. El socialismo debe basarse en un nuevo tipo de hombre, con una conciencia clara y bien formada en valores humanistas. Esa concepción da lugar a un voluntarismo idealista, que todavía es perceptible en la acción política de los cubanos, cuando envían misiones médicas o educativas a las más diversas partes del mundo, atendiendo a la población más pobre y necesitada. Por poner un ejemplo de ayuda desinteresada, los cubanos cubrieron la asistencia médica de las víctimas del último terremoto de Pakistán.

El Che fue un hombre crítico y poco conformista; subrayó en la Conferencia de Países no Alineados de Argel (1963) la dependencia de los países socialistas respecto de los intereses de la URSS y criticó los aspectos negativos de esa situación.[1] Cuando volvió a Cuba de ese viaje a Argelia, Fidel le estaba esperando en el aeropuerto para decirle que no podía seguir en esa línea. Después de horas de conversación llegaron a un acuerdo. El Che se encargaría de las misiones militares internacionalistas que intentarían expandir la revolución cubana y socialista por el mundo.

Así es como llegó a Bolivia en 1967, después de una etapa en el centro de África, el interior del Congo. Pero en Bolivia tuvo problemas con el PCB (Partido Comunista de Bolivia), lo que hizo que la experiencia guerrillera terminara rápidamente. No hubo un entendimiento entre los revolucionarios, porque el Che quería que la dirección militar estuviera por encima de la política, mientras que el secretario del PCB pretendía lo contrario. Después de una entrevista con éste, el Che fue descubierto, cercado, acorralado y finalmente asesinado.

La experiencia de Bolivia está narrada en su diario de campaña, que ha sido publicado varias veces y que sirvió al director suizo Richard Dindo para hacer un documental sobre ese evento. Alguna vez he tenido discusiones fuertes con amigos del Partido Comunista de España sobre cómo interpretar la muerte del Che. Además de la intervención de los servicios de espionaje norteamericanos, hecho probado una y otra vez en los acontecimientos más decisivos de la historia latinoamericana del siglo XX, hay que tener en cuenta esa disensión interna en el campo de la izquierda acerca de las tácticas más oportunas para conseguir el cambio social. El debate es necesario para la construcción democrática de la sociedad, pero se trasforma en división interna cuando se trata de conquistar el poder político a costa de los demás participantes. Esas divisiones suelen jugar un papel fundamental en los fracasos de la revolución socialista, pues acaban trasformándose en enfrentamientos entre los militantes de la izquierda.

En esos debates los cubanos juegan un papel fundamental, por su experiencia colectiva sobre la revolución y el cambio social. Se ha denominado guevarismo a los intentos de desarrollar una línea política revolucionaria continuadora de la lucha de Guevara. Lo mismo que se ha denominado castrismo a la proyección histórica de las ideas de Castro. Pero los intentos de extender el modelo revolucionario cubano fueron cercenados por las intervenciones de los servicios secretos norteamericanos en América Latina durante la década de los setenta y la instauración de dictaduras totalitarias en casi todos los países del subcontinente. Eso llevó a un cambio de táctica, y durante los años ochenta Cuba participó en varias contiendas africanas en contra de los estados fascistas aliados al Imperio: Etiopía y Angola, son las más importantes. A pesar de la victoria de las armas cubanas en ese escenario, la República no ha podido aprovecharlas en un sentido político, por la extensión del neoliberalismo y la crisis permanente y sistemática que sufre el continente africano en las últimas dos décadas.

Sin embargo, la influencia de los cubanos es decisiva en el actual proceso latinoamericano: la revolución bolivariana en Venezuela, la victoria de los frentes de izquierda en Bolivia, Ecuador, Uruguay, Nicaragua, Chile, Argentina y Brasil, abren nuevas perspectivas de desarrollo social para los pueblos y las naciones. Todavía con muchas indecisiones e inseguridades, se está abriendo una nueva era en el continente americano. Y Cuba es la vanguardia de ese proceso histórico. La grandeza de la revolución cubana y la República de Cuba, de sus hombres y mujeres, de sus victorias militares, políticas y culturales, es anunciar una nueva época para la humanidad. Y con la grandeza de Cuba, se agranda también la figura de Ernesto ‘Che’ Guevara.

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Las ideas políticas de Guevara pertenecen a la historia de la teoría marxista. Su matrimonio con Hilda Gadea lo puso en contacto con la tradición izquierdista peruana, inspirada por el ‘Amauta’ José Carlos Matiátegui; éste fue uno de los principales teóricos marxistas del continente americano en los comienzos del siglo XX, que propugnaba un socialismo americano que no fuera ni copia, ni calco del socialismo europeo. De ese modo, el Che se convirtió en el vehículo por el que penetró el marxismo entre los revolucionarios cubanos: un grupo proveniente del Partido Ortodoxo, de carácter nacionalista y fiel a las ideas de José Martí. La tesis que el Che nos transmite al respecto, es que los guerrilleros no eran marxistas, pero realizan las previsiones del marxismo: “las leyes del marxismo están presentes en los acontecimientos de la Revolución Cubana, independientemente de que sus líderes profesen o conozcan cabalmente, desde un punto de vista teórico esas leyes”.[2] El Che es consciente de que el marxismo es el instrumento del conocimiento histórico y que éste es un producto de la actividad crítica del proletariado militante: “se debe ser ‘marxista’ con la misma naturalidad con que se es ‘newtoniano’ en física…”[3]

Esa confianza en el marxismo es el síntoma de una época. Por los años 50 y 60 la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial trajo un gran impulso histórico para las fuerzas progresistas, que llevó a importantes avances de la conciencia democrática en todo el mundo; tras la fundación de la O.N.U. (Organización de Naciones Unidas) y la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, comienza el proceso de descolonización de las potencias europeas en África y Asia. Se pensaba que la civilización industrial estaba madura para el socialismo. Manuel Sacristán -el teórico marxista español que pertenece a la misma generación que Ernesto Guevara-, ha descrito la actitud eufórica de los comunistas en esa época como un exceso de optimismo.

En aquellas circunstancias históricas, conquistar la verdadera independencia significaba tener un gobierno democrático, que representara los intereses del pueblo y no fuera un agente de las grandes compañías trasnacionales. Era necesario por tanto tomar el poder político, lo que sólo era factible mediante la destrucción del aparato represivo del Estado burgués. Para ello había que combatir la dominación capitalista a través de la confrontación militar y controlar el aparato de estado a favor de la soberanía de los pueblos. El método elegido fue la lucha guerrillera, que había dado una prueba de su éxito en Cuba y que se desarrollaba también en Vietnam contra el imperialismo francés primero y americano después. La guerra de guerrillas era entendida como una sublevación del campesinado nacional en contra de la opresión imperialista, dirigida por los intelectuales revolucionarios bajo el programa obrero sistematizado por el marxismo. El modelo de esa táctica de lucha armada era la ‘guerra popular prolongada’ de Mao Zedong que había llevado al Partido Comunista Chino hasta la victoria.

El proceso de descolonización no iba a producir la independencia real de las naciones recién creadas, porque se iba a producir una nueva subordinación hacia las antiguas metrópolis, según el modelo del neo-imperialismo de los EE.UU., que controlaban el continente americano sin necesidad de ocupar militarmente el territorio.[4] La estrategia política de los cubanos en los años 60, fue intentar evitar que se consumara ese desarrollo del capitalismo, que sustituía la dominación política directa de las colonias por otra indirecta, fundada en la dependencia económica de los países ‘subdesarrollados’. La lucha antimperialista trataba de sustituir las relaciones de dependencia y explotación entre los países desarrollados y el Tercer Mundo, y para ello era necesario acabar con el capitalismo como modo de producción dominante: “no debe ser el comercio exterior el que fije la política, sino, por el contrario, aquél estará subordinado a una política fraternal hacia los pueblos”.[5]

La revolución cubana parecía ejemplificar de manera admirable que la oposición al imperalismo era factible y correcta. Como se había mostrado en Cuba, la táctica revolucionaria era la guerra de guerrillas. Ésta se fundaba en el campesinado explotado de los países dependientes, que se rebela para saciar su hambre de tierra. El campesinado, decía Gramsci, es una clase nacional por su identificación con el paisaje y su simbiosis ecológica con el ambiente terrestre en el que vive. También forma una clase nacional el intelectual ligado a una lengua que constituye su herramienta de pensamiento. Esas clases nacionales son aliados imprescindibles de los trabajadores en la lucha por su emancipación; la alianza de clases recibe el nombre de ‘bloque histórico’. Y esa es la política que los revolucionarios cubanos realizan sin ser conscientes de ello.

La revolución debe combinar el factor nacional y el internacional, apoyarse en el ‘hambre de tierra’ de los campesinos y el espíritu organizativo de los obreros; el Che propugna la soberanía de los pueblos, al tiempo que la emancipación de los trabajadores, y funda en la o­nU sus esperanzas de paz y reconciliación. La derrota del imperialismo exige la unidad de los explotados. Che es internacionalista porque su objetivo es la emancipación de toda la humanidad, pero considera que el catalizador de la actividad obrera es la lucha antimperialista de las clases nacionales. Como ya observara Lenin, el proletariado dejado a sus propias fuerzas alcanza tan sólo una conciencia reformista, de ahí la importancia del factor revolucionario que aporta la lucha antimperialista.

El objetivo de los revolucionarios cubanos era superar la subordinación respecto del Imperio capitalista, y su triunfo fue la señal para iniciar una lucha internacional contra la nueva dominación que se instauraba tras la guerra mundial. Alcanzar la soberanía nacional era la aspiración de los pueblos colonizados que se independizaban, y esto sólo podía hacerse en confrontación con el imperialismo. Los comunistas interpretaron que la victoria de la revolución en Cuba era el índice de que las condiciones estaban maduras para el triunfo de la revolución en los países del Tercer Mundo. Fidel Castro y sus compañeros comprendieron que no podían conseguir una verdadera independencia aislándose del mundo. Había que tomar partido y los cubanos entraron en la confrontación militar entre los bloques, que se denominó ‘la guerra fría’.

Aunque en sus análisis del proceso cubano, Guevara reconoce que el factor sorpresa jugó un papel importante para engañar al imperialismo y que no sería fácil repetir esa experiencia,[6] las ideas guevaristas se extendieron rápidamente por América Latina, creándose numerosos focos guerrilleros en varios países. Sin embargo, la reacción del imperialismo pudo bloquear la mayor parte de la actividad revolucionaria a través de intervenciones militares y la imposición de dictaduras fascistas, cuyo modelo parecía ser el propio Estado español con su larga existencia de paz social violentamente impuesta. Además de los héroes y los mártires, de todo aquello sólo quedó, por una parte, la victoria sandinista de los años 80, que también fue eficazmente combatida por las fuerzas militares al servicio del Imperio americano. Y por otra, las guerrillas colombianas que todavía luchan contra el Estado fascista más o menos homologado por las ‘democracias’ occidentales. Pero tampoco en otros continentes, donde vencieron las guerrillas nacionalistas, como Vietnam, Angola o Mozambique, se ha podido progresar en la dirección socialista. Y otros modelos de acción política, como el zapatismo en México, pertenecen ya a la época posterior de la historia latinoamericana que se ha empezado a desenvolver a partir del indigenismo y las reivindicaciones democráticas. El fracaso de la Unión Soviética ha arrastrado como un vendaval aquellas ideas demasiado vinculadas a una coyuntura histórica. Nada puede simbolizar tan bien ese fracaso militar del guerrillerismo como la muerte del propio Guevara en Bolivia. Y quizás esa derrota sea la crítica más acertada que se le puede hacer a su teoría de la revolución de los campesinos armados: el modelo que había servido en Cuba no era exportable a otras latitudes del continente americano. Los comunistas no fueron lo suficientemente fuertes como para conseguir ese objetivo.

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En los textos del Che, el socialismo es concebido como un nuevo sistema de relaciones internacionales entre los pueblos, fundadas en la fraternidad universal del género humano; sistema en el que las consideraciones económicas están subordinadas a criterios políticos que fomentan un desarrollo económico equilibrado, protegen los derechos humanos universales y establecen los objetivos racionales de la humanidad. Al mismo tiempo se reorganiza la sociedad sobre bases nuevas: la propiedad estatal, la planificación económica y la eliminación de la mercancía como ‘célula de la sociedad’. Realizar ese programa exige una política revolucionaria, que establece una nueva relación entre los dirigentes y las masas, jugando un papel esencial el poder carismático del líder. La disolución de la vieja sociedad y la instauración de la nueva, atraviesa un periodo magmático en el que el pueblo se funde en la masa y se prepara para construir las futuras relaciones sociales. Che Guevara reconoce en sus escritos el liderazgo indiscutible de Fidel como elemento fundamental del proceso revolucionario. De tal modo la revolución se configura como una relación entre la vanguardia consciente y las masas que siguen el camino marcado por aquéllas. La vanguardia está constituida por hombres y mujeres con una plena entrega al cumplimiento de su deber, y las masas siguen naturalmente a la vanguardia, realizando disciplinadamente las tareas que el gobierno fija.

Esa dialéctica entre la dirección política y la ciudadanía se apoya sobre la confianza de las masas en la vanguardia que sabe interpretar los deseos del pueblo y reconocer cuándo se equivoca; la vida social se funda así en la moralidad pública: “Para constuir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo (...) El instrumento de movilización de las masas debe ser de índole moral, fundamentalmente (…) En momentos de peligro es fácil potenciar los estímulos morales; para mantener su vigencia es necesario el desarrollo de una conciencia en la que los valores adquieran categorías nuevas.”[7]

En una segunda fase, la revolución necesita institucionalizarse, conseguir el desarrollo de una nueva personalidad humana más consciente y libre: “simultáneamente con la base material hay que hacer el hombre nuevo”.[8] Crear personas conscientes que participen en las decisiones políticas, como forma de movilización social más avanzada, superando el dominio de la vida social por el fetichismo de la mercancía. Para ello, la educación del pueblo es un eje central de la política revolucionaria. La formación política de los ciudadanos viene acompañada por el conocimiento científico de la realidad y el dominio del medio por la técnica. Elevar el nivel de conocimiento y de información es un requisito imprescindible para que la ciudadanía pueda participar responsablemente en la vida política, haciendo posible la democracia real y participativa. Los ciudadanos deben alcanzar el nivel educativo que haga posible su participación en la toma de decisiones públicas.

Junto con la formación científica, la Revolución propugna la liberación del arte, respecto de la decadencia a la que se ve sometido por el sistema mercantil; al mismo tiempo el Che critica las tendencias culturales que son oficiales en el socialismo burocrático, que se manifiestan en el realismo estético, uno de los aspectos más evidentes del escolasticismo dogmático marxista que se practica en la U.R.S.S. desde la involución estalinista.

Otro de los factores clave de la política comunista es la emancipación respecto del trabajo alienado. Por ello se concibe la actividad productiva como un deber social, y también se potencia el trabajo voluntario como forma de superar la alienación. De ese modo la humanidad alcanza el reino de la libertad, dejando atrás el reino de la necesidad. Sin embargo, el Che reconoce que la compulsión es todavía en la República de Cuba un elemento central en la organización del trabajo. Pues el carácter esencial del socialismo es que no está acabado, es un camino transitable para el desarrollo de la humanidad, con unos ideales racionales bien contrastados por la experiencia histórica.

Todo ello queda pendiente de realización hoy en día. La decadencia del capitalismo sigue imparable, sin que hayamos encontrado la fórmula de superación definitiva del mismo. Pero mientras en Europa volvemos a ver el resurgir de movimientos fascistas que parecían ya superados por la historia, en América hay un nuevo despertar de esperanza en un mundo mejor, cuyos primeros destellos fueron la Revolución Cubana. La revolución cuyo cincuentenario celebramos estos días y cuya permanencia pasará a la historia como uno de los acontecimientos centrales del siglo XXI.

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