El fenómeno bélico en la actualidad se encuentra condicionado por la existencia de un arsenal atómico con un inmenso poder destructivo. La guerra hoy es de 'baja intensidad' contra el terrorismo
Los conflictos de la humanidad presente son múltiples y variados: la guerra de civilizaciones programada por el Pentágono estadounidense se presenta con un fondo histórico de tonos dramáticos: las hambrunas de los más pobres, enfermedades como el SIDA que se desarrollan sin paliativos por falta de intervenciones adecuadas, los genocidios en África y otras partes del mundo, el consumo irresponsable de los países ricos que agota las riquezas del planeta Tierra, etc. Pero la raíz de todos los problemas, es seguramente la situación de terrible injusticia en la que vivimos, provocada por el neoliberalismo. Los informes del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el desarrollo) y otras instancias de análisis económico, nos muestran un mundo cada vez más desequilibrado en su distribución de la riqueza: una pequeña capa de 300 personajes posee riquezas incalculables que equivalen a los ingresos de miles de millones de seres humanos en los países empobrecidos de los cinco continentes. Ese desequilibrio de la economía mundial se ha producido como consecuencia de la globalización del intercambio comercial y la creación de un sistema de producción unificado en la humanidad actual, conseguido mediante la ‘liberalización’ del flujo de capitales financieros en las últimas décadas del siglo XX. La consecuencia de la política neoliberal de esos años ha sido una economía que ha llevado a la miseria de una parte importante de la población mundial y agravadolos problemas medioambientales en todo el mundo; el hambre, la enfermedad, la infancia desdichada, la carencia de elementos básicos para la vida, la violencia, etc., afectan a miles de millones de habitantes del planeta tierra. La protección de los derechos humanos, encomendada a los estados firmantes de la Declaración de 1948 de la onU, no puede llevarse a cabo por la presión del sistema económico dominado por los intereses de unas cuantas grandes firmas multimillonarias. A esa injusticia hay que añadir la inviabilidad del actual modo de producción por agotamiento de los recursos naturales del planeta, con el pronóstico de un colapso de la civilización industrial en el siglo XXI.
Todo ello está condicionado en buena medida por la política económica del neoliberalismo, cuya racionalidad pretende establecerse sobre la construcción de una humanidad unificada mediante las relaciones comerciales y la democracia formal. Pero las relaciones comerciales están trucadas por el sistema de poderes subordinado al capital financiero, lo que produce la acumulación y concentración de capital antes señalada; y la ciudadanía en la democracia formal falla a la hora de controlar a los poderes públicos, por falta de instrumentos efectivos para realizar esa tarea. Por tanto, los supuestos beneficios de la globalización no llegan para justificar los desastres humanos que genera. Esos desastres se pueden comprender como una insuficiencia de la doctrina neoliberal: su defensa de los derechos humanos es ideológica, porque se refiere a los derechos de las minorías privilegiadas de la humanidad y la indiferencia ante el destino de la mayoría de la población mundial.
La falsedad de la política neoliberal cuestiona el valor de la democracia; aunque su actividad política tome los valores democráticos como eje de referencia en sus discursos; en la práctica sucede que esos valores sólo tiene efectividad para la minoría privilegiada de los países desarrollados del sistema global. Esa doctrina se nos manifiesta como algo puramente ideológico, pues pretende llevar y hasta imponer el modelo de vida de la minoría privilegiada a toda la humanidad, cuando ello no es posible; y no es posible precisamente por motivos meramente económicos, que son los que se invocan para justificar esa política. No hay suficientes recursos en el planeta tierra para generalizar el bienestar de ‘occidente’ a toda la población mundial. La riqueza de unos presupone la pobreza de otros. A menos que se cambien los parámetros mediante los que evaluamos la riqueza.
Por eso el neoliberalismo ha desembocado en la guerra total, convirtiéndose en una suerte de fascismo mundial. ¿De qué otro modo puede interpretarse la guerra preventiva como doctrina oficial del ejército más poderoso de la humanidad actual? Esa doctrina que viola todas las normas, convenciones, acuerdos internacionales, foros de discusión y debate, etc., con las que la humanidad civilizada intentó poner freno a ‘la guerra como continuidad de la política por otros medios’ –según el conocido dicho de Clausewitz. La guerra pasa ahora a ser la normalidad de las relaciones internacionales, la regla y no la excepción. De ese modo, el más fuerte puede imponer sus intereses nacionales particulares sobre los intereses colectivos de la humanidad.
Desde hace ya algunas décadas, los EE.UU. han dejado de actuar conforme la legalidad internacional dictada por la O.N.U., para actuar exclusivamente según sus intereses de potencia imperial. Primero se adoptó la guerra fría como fundamento para el desarrollo de la industria bélica, armamento atómico incluido. En ese contexto, los EE.UU. y sus aliados apoyaron al estado de Israel y su política genocida en Palestina. Y más tarde reconocieron y sostuvieron las dictaduras fascistas en los países latinoamericanos, especialmente las dictaduras del cono sur de América, Chile y Argentina. Amén de diferentes dictaduras en el sudeste asiático y África, como Filipinas, Indonesia, Zaire, Sudáfrica, etc. Cuando desapareció la U.R.S.S. como potencia enemiga, apareció la guerra de civilizaciones, programada por el Pentágono estadounidense como un desarrollo de la política belicista de su historia reciente. Pero lo que debemos entender es que esa política belicista es la defensa de un modo de vida basado en las riquezas de una minoría frente a la pobreza de la mayoría; es la nueva forma del imperialismo adaptado a las nuevas formas históricas de concentración y acumulación de capital.
Ese marco histórico en el que se mueve la humanidad de principios del siglo XXI, debe servir para estudiar tanto el desarrollo del fenómeno ‘terrorista’, como los factores reales que condicionan la política imperial de ‘guerra contra el terrorismo’ promovida por los gobiernos neoliberales de los EE.UU., en representación de la capa dominante del sistema económico mundial. Entrecomillo la palabra ‘terrorista’ por su carácter ideológico en la justificación de la política actual; sin una definición clara de su significado, el mismo fenómeno puede ser tachado de terrorista o no según los intereses del comando capitalista mundial. Ejemplo de ello sería el mismo Ben Laden, quien fue agente de EE.UU. en la guerra civil de Afganistán -promovida para poner en dificultades al estado soviético-, antes de volverse contra los propios intereses del capitalismo imperialista mundial. Ben Laden ha pasado de ser un luchador por la libertad a ser la auténtica bestia negra de la política mundial.
Sin entrar de momento en más matices, esa ideologización de la política internacional nos muestra la crisis mundial de la democracia formal, incapaz de afrontar coherentemente los problemas del desarrollo histórico. Crisis que tiene su expresión más evidente en el mismo foro que nació para garantizarla, la Organización de Naciones Unidas. La legitimidad de esta institución es reconocida por la mayoría de los países, pero los poderes fácticos de la política internacional han decidido prescindir de ella. La guerra de civilizaciones promovida por el gobierno de EE.UU. ha decidido prescindir de cualquier institución que limite sus intereses económicos y geoestratégicos, y lo ha demostrado en su guerra contra Irak.
Del mismo modo el fenómeno del terrorismo internacional y la guerra contra el terrorismo es una consecuencia del fracaso de la política neoliberal para generar un desarrollo equilibrado de la economía mundial. Al haberse hundido el socialismo por el fracaso de la U.R.S.S., se ha producido un desarrollo del integrismo en las civilizaciones tradicionales, como un intento de recuperar las instituciones que estaban encargadas de restablecer el orden y el equilibrio sociales. El liberalismo no tiene recursos suficientes para lograr ese objetivo, como se ha demostrado a lo largo del último siglo; por eso, la desaparición de las instituciones sociales de la clase trabajadora[1]–sindicatos, asociaciones mutualistas, de consumidores y de vecinos, partidos obreros, etc.-, o su desvirtuación tanto por la corrupción generada en el sistema de mercado como en el sistema de estado de partido único, ha producido el desarrollo de las ideologías integristas que habrían de cumplir el papel de hacer posible la cohesión social al modo tradicional.
Otro de los rasgos del neoliberalismo ha sido precisamente el menosprecio de las instituciones políticas, como instrumento para armonizar los intereses contrapuestos de la sociedad y generar consenso sobre el desarrollo humano. Ese menosprecio ha socavado a los estados nacionales y a las instituciones internacionales que salvaguardan los derechos humanos. De modo que la política neoliberal tiene como objetivo producir un nuevo autoritarismo que prescinde del estado para hacerse efectivo, y que se apoya en las estructuras económicas de carácter privado para realizarse. La imposibilidad de repetir la operación fascista de mediados del siglo XX, ha anulado el estado como factor de dominación política por parte de la clase dominante, pero deja el campo libre a los particulares para realizar la coacción en el terreno de la empresa privada.
Eso nos conduce a la desregulación completa de la vida pública, de modo que la regulación social viene a ser realizada por instancias privadas. La guerra y la violencia son desarrolladas por algún tipo de empresas privadas –como muestra el papel cada vez más importante de las empresas de seguridad y de mercenarios. Por eso, la deslegitimación del imperio es su falta de respeto por la ley, y se manifiesta en la ausencia de instituciones que puedan regular la vida social colectiva de la humanidad unificada por el capitalismo en una civilización única. Y esa ausencia ha sido creada por la dirección imperial para tener las manos libres a la hora de determinar la mejor manera de realizar sus intereses de dominación. Pero la incapacidad actual del comando imperial para realizar una organización armoniosa de las relaciones internacionales es el origen mismo de la respuesta violenta de los marginados que se manifiesta como terrorismo.
Ante la crisis de civilización que se evidencia cada vez con más fuerza, los interrogantes, las dudas se hacen enormes para las personas que intentan vivir conscientemente su presente. Y tras el fracaso de las experiencias socialistas del siglo XX, hay una inquietante pregunta en el aire: ¿qué modelo de humanidad tendrá futuro?
Apretando los tornillos
Hemos entrado en una nueva fase del desarrollo capitalista, la era del capitalismo global; algunos rasgos básicos de ese capitalismo ‘tardío’ de la era global son:[2]
-se caracteriza por la cultura posmoderna;
-ha creado una enorme acumulación y concentración de capital (Informe del PNUD 2002);
-la economía planetaria: está organizado sobre unas relaciones económicas, configuradas por la existencia de un mercado global de bienes y servicios;
-ese mercado está regulado políticamente y jurídicamente por instituciones internacionales de ideología neoliberal (BM, FMI, OCDE) y ordenado militarmente por la hegemonía del imperialismo norteamericano;
-ha desarrollado nuevas tecnologías de la información que automatizan la producción intelectual y está preparando una nueva revolución tecnológica en el área agrícola basada en la biotecnología;
-la desregulación demográfica y el desequilibrio económico crean enormes flujos migratorios desde el sur pobre hacia el norte rico; etc.
El capitalismo global se ha construido en las últimas décadas bajo los presupuestos neoliberales, apoyados por la violencia o la amenaza de violencia de la potencia hegemónica, arrasando con toda barrera arancelaria, política o militar que pudiera oponérsele. Los últimos reductos de resistencia frente al neoliberalismo de la potencia hegemónica han sido debidamente enumerados hace poco por la representante de gobierno de EE.UU. ante el mundo, Condolezza Rice: Cuba, Corea del Norte, Bielorrusia, Siria, Irán. El triunfalismo de esas recientes declaraciones da por descontada la oposición de los países musulmanes de Oriente Medio, a los que se considera ya derrotados militar y políticamente. La guerra de Irak -que amenaza en convertirse en una guerra de todo Oriente Medio- es un ejemplo de lo que puede repetirse en otros lugares del planeta. Al mercado global le corresponde una fase de ‘guerra global’ en las relaciones internacionales.
Sin embargo las resistencias son más variadas de lo que C. Rice parece creer. En América Latina por ejemplo existe un movimiento por la integración regional que podría producir un modelo alternativo al neoliberalismo. Y aunque la evolución de la región es todavía incierta y dudosa, no puede negarse la pujanza de las fuerzas socializantes y antiliberales en esa región, atrapada hasta ahora en los laberintos de un desarrollo imposible que se basaba en los presupuestos neoliberales. Después de 25 años de ofensiva neoliberal para implantar las normas neoliberales en el desarrollo económico a nivel mundial, lo que se puede constatar es que esas normas sólo han producido lo que ya sabíamos que podía pasar: ‘los ricos cada vez más ricos, los pobres cada vez más pobres’, según el diagnóstico que Marx apuntó en el siglo XIX.
Es cierto que, contra lo que algunos podíamos esperar, esa constatación no ha producido todavía un cambio de rumbo en la dirección fundamental de la economía global. Se confiaba en las fuerzas aglutinadas alrededor de los foros mundiales alternativos para poder realizar ese cambio. Pero esas fuerzas están en fase germinal y los poderes constituidos no son capaces de reorientar la economía mundial en un sentido más justo y equilibrado. Por eso lo que está en cuestión es el propio sistema de organización social en los países desarrollado. Pues los EE.UU. después de haber perdido la justificación ideológica de su empresa hegemónica basada en el neoliberalismo, pretenden ahora imponer su hegemonía por la fuerza de las armas.
El enemigo a batir no son esas resistencias en países pequeños y pobres que Rice pretende aniquilar. El auténtico objetivo de la política norteamericana y europea es preparar el enfrentamiento con el nuevo gigante económico que está apareciendo en Asia. La mayor fuerza de resistencia frente al neoliberalismo proviene del Sur y el Este de Asia, de la India y de China, donde existen las mayores poblaciones de la humanidad presente. En las próximas décadas la humanidad presenciará la competencia entre dos modelos diferentes de sociedad y cultura.[3] Para muchos el modelo occidental es inviable por el consumo irresponsable de bienes escasos, pero todavía no sabemos qué puede surgir de esas economías emergentes del lejano Oriente. Respecto de ellas hay tanta esperanza como incertidumbre.
Mientras tanto los estrategas norteamericanos han decidido intervenir en los países musulmanes, para completar una dominación hegemónica sobre ellos, que lleva décadas gestándose. Desde principio del siglo XX, cuando los ingleses expulsan a los turcos de Oriente Medio, hasta las recientes guerras de Afganistán e Irak, pasando por el apoyo al golpe fascista del general Sukarno en Indonesia y a los sucesivos gobiernos autoritarios en Irán, Pakistán, Emiratos Árabes, Yemen, etc. Esa intervención ha tomado, en su última fase, el lema de ‘guerra de civilizaciones’. Se trata de abolir una civilización entera, la islámica, que debe pasar a ser una reliquia del pasado. Es decir, lo que empezó siendo una alianza de las fuerzas conservadoras de las sociedades islámicas con el amigo americano -con el objetivo de impedir la penetración del socialismo-, se ha convertido en una transformación estructural de esas sociedades para adaptarlas al modelo neoliberal de la economía y la política.
El aparato propagandístico y la justificación ideológica de esa actitud avasalladora de occidente se apoya en la consigna de una ‘guerra contra el terrorismo’, proclamada por el presidente de los EE.UU., George Bush tras los atentados del 11 S contra las torres gemelas de Nueva York. Aunque fue planeada mucho antes: ya fue mencionada por el padre del actual presidente –también presidente de los EE.UU. y antiguo director de la C.I.A.- al final de la década de los 80. Como toda consigna propagandística, elaborada para las grandes masas, esa guerra contra el terrorismo viene a reforzarse en el imaginario colectivo por toda una serie de asociaciones de imágenes, emitidas por los medios de comunicación de los países occidentales, cuya misión consiste más en ocultar que desvelar la verdad.[4] La crítica queda para las minorías que se preocupan por enterarse del mundo en el que viven y luchan por vivir conscientemente la vida que tienen. La mayoría de la población es ajena al debate intelectual sobre el modelo de la sociedad en que el que vivimos. El capitalismo es una sociedad de masas, y las masas son dirigidas por la propaganda. Los problemas de conciencia apenas han preocupado a la mayoría de los consumidores del mundo libre, ni aún después de la Segunda Guerra Mundial con la enorme tragedia que supuso.
¿Qué es terrorismo?
¿Qué quiere decir ‘guerra contra el terrorismo’? Y aún más importante, ¿qué quiere decir ‘terrorismo’ en la jerga de los medios de comunicación que repiten las consignas de la clase hegemónica mundial? La propaganda se caracteriza por afectar al lado emocional del ser humano, evitando que la razón crítica interfiera en la modelación de las actitudes de los sujetos. Por lo que el término ‘terrorismo’ se encuentra cargado de todo tipo de connotaciones emocionales y pasionales.
Por otra parte, se intenta asociar el terrorismo con formas de humanidad tachadas de anticuadas o irracionales como son el nacionalismo y la religión. Frente al sociedad laica liberal, constituido por la democracia parlamentaria y la economía de mercado y libre empresa, esas otras formas de organización de la vida social, que son la nación y la religión, son tenidas por obstáculos para el desarrollo de las ‘institucionales racionales’ propias de las formas de vida moderna; pero su auténtico delito es que son contrarias a la civilización capitalista tal y como se está desarrollando en el neoliberalismo. No obstante, un análisis objetivo del desarrollo de los acontecimientos, podría llevarnos a la conclusión de que el neoliberalismo representa un totalitarismo de la mentalidad occidental, mucho más radical que el integrismo fanático de religiosos y nacionalistas. El totalitarismo del mercado libre, la libertad de los poderosos contra los débiles.
Ese conflicto entre el capitalismo expansionista y las diversas resistencias que se le oponen se manifiesta frecuentemente mediante la violencia. Y no pocas veces como guerras de diverso tipo. El recurso a la violencia en los distintos tipos de conflictos de la humanidad presente es abundante y la más de las veces inevitable, para los que quieren abrir la sociedad al mercado tanto como para los que quieren defender la sociedad de ese libre mercado. Como tenemos que demostrar el terrorismo no es sino una táctica bélica dentro de las guerrasque se producen en ese panorama conflictivo de la humanidad actual. Es interior a la guerra –y no exterior a ella, como parece querer mostrar la propaganda oficial.
Lo que ahora intentamos definir es la forma de una táctica bélica, ampliamente usada en la política internacional de las últimas décadas por numerosos agentes afiliados a todo tipo de organizaciones y estados. Con tales antecedentes se ve la dificultad de asignar una definición clara al término terrorismo. La Asamblea de la O.N.U. ha realizado numerosos debates, declaraciones e intentos de definición, que no acaban de convencer por unanimidad. Por ejemplo, si se quiere distinguir ‘terrorismo’ de ‘lucha guerrillera por la liberación nacional’ –algo que, dicho sea de paso, fue inventado en la península Ibérica para oponerse al invasor francés en la guerra de la Independencia-, de modo que ésta última sea legítima mientras que el primero no lo sea, se tropezarán con enormes dificultades para obtener la aceptación del gobierno de los EE.UU. La Convención contra el Terrorismo, adoptada por la onU en 1999, nunca entró en vigor, precisamente por la falta de consenso internacional sobre la distinción entre terroristas y guerrilleros.
Esa confusión sobre el significado de terrorismo puede permitir a los magistrados aplicar la ley como les parezca más oportuno.[5]
Y esa confusión crea también un limbo legal que se manifiesta en el trato recibido por los acusados de terrorismo. El tratamiento a los presos de Guantánamo acusados de terroristas contraviene todas las normas internacionales sobre prisioneros de guerra, o prisioneros en general, hasta el punto de poderse considerar como un campo de concentración peor que los ya conocidos de la época nazi en Alemania.[6] La acusación de terrorismo es hoy en día un anatema para el que lo recibe, que supone la destrucción probable no sólo de su persona, sino hasta de su misma dignidad humana. El o la acusado/a de terrorismo, como el o la acusado/a de brujería hace unos siglos, es objeto de degradación inmediata y fulminante de su humanidad, excluido/a del género humano y los derechos consagrados en las constituciones nacionales y los tratados internacionales. La indefinición del término ‘terrorismo’ hace que su empleo por los gobiernos de los estados sea tan temible como el uso de las palabras ‘brujería’ y ‘herejía’ por la Inquisición y la Iglesia en los siglos XV-XVII. Cuando la O.T.A.N. acusa a un estado de proteger a grupos terroristas, significa que está preparando un ataque fulminante y sin paliativos contra ese estado. Y como la propia potencia hegemónica utiliza y fomenta el terrorismo entre sus aliados, sus amenazas pueden volverse contra sus amigos en el momento que estos muestren alguna debilidad en su fidelidad o alguna veleidad de independencia frente a los dictados de la política hegemónica. Es el caso del propio Sadam Hussein en Irak. Pero también el de Noriega en Panamá –en este caso la acusación fue de tráfico de drogas, también fomentado por la CIA. Y Ben Laden, etc.
La guerra contra el terrorismo participa de esa especie de cruzada contra el mal, que el gobierno de los EE.UU. pretende dirigir en los albores del siglo XXI. Enraíza en el integrismo popular del ciudadano medio norteamericano y el integrismo fanático de las elites conservadoras de ese país. La fuerte creencia en un destino divino de la nación americana es la excusa para cometer toda clase de crímenes contra aquellos que se oponen su dominación sin concesiones. Y esa dominación es la dominación del libre mercado y de las grandes compañías trasnacionales que lo dirigen y manipulan; la validez inapelable de los dictámenes del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Sus enemigos forman un ‘eje del mal’ que comprende países que se oponen a los intereses de la potencia hegemónica. De ese modo la criminal guerra en Oriente Medio que se está desarrollando en Irak y Palestina contra los pueblos árabes, puede llegar a extenderse pronto a otros países vecinos. Previamente, éstos habrán sido acusados de proteger el terrorismo, como está sucediendo actualmente con Siria e Irán.
La potencia hegemónica mundial es la menos interesada en una aclaración del término terrorismo, que utiliza como consigna de movilización popular y ciudadana; puesto que, como ha señalado Noam Chomski, el terrorismo ha sido utilizado abundantemente por los EE.UU. en su política exterior a lo largo de su historia, hasta el punto de poder afirmar que el terrorismo no es el arma de los débiles, sino un arma de los fuertes, al lado de otros medios de violencia militar.[7] La guerra por todos los medios y todos los medios para la guerra, parece ser la consigna de la potencia hegemónica y sus aliados europeos de la O.T.A.N. Lo bélico, en su faceta militar –las fuerzas armadas hegemónicas de la O.T.A.N.- o en su aspecto no militar –la violencia civil que tenemos que analizar-, aparece a los comienzos del siglo XXI en su máximo desarrollo y expresión, dentro del marco de un modo de producción decadente que está agotando sus últimos recursos, y lo sabe, aunque mistifica esa conciencia mediante el integrismo religioso y la mentira programada y sistemáticamente empleada en política. Quizás no estemos tan lejos de volver a repetir la aventura nazi de mediados del siglo XX.
Primera definición: descripción de un fenómeno bélico.
En un pequeño ensayo sobre el significado militar del Tratado Constitucional Europeo, José Luis Gordillo comenta las declaraciones de un tal Zbigniew Brzenzinski, asesor de James Carter y primer presidente de la Comisión Trilateral, según las cuales “la expresión ‘guerra contra el terrorismo’ es poco afortunada, pues el ‘terrorismo’ solamente es una ‘técnica para matar gente’. Si la guerra es la continuación de la política por otros medios, entonces no se libra contra una ‘técnica para matar’, sino contra determinados proyectos políticos que se pretenden imponer mediante la violencia”. Quizás esta aclaración pueda echar algo de luz sobre el confusionismo con que se utiliza la palabra ‘terrorismo’ en la política de la última década. Pues ese término aparece como un comodín que los estrategas de la O.T.A.N. han utilizado para arrojarlo sobre sus enemigos, sin distinguir muy bien lo que quiere decir. El ‘terrorismo’ ha pasado a ser un término gastado que no designa una actitud criminal, sino al enemigo criminalizado del poder político hegemónico. Como afirma José Luis Gordillo, la definición común de terrorismo elaborada por la normativa europea tras el 11 S, es “tan amplia, tan vaga y tan abstracta que en ella caben desde la invasión y la ocupación de Irak, hasta los actos de boicot o de desobediencia no violenta protagonizados por el movimiento altermundista”.[8]
Lo primero que hemos de visualizar es que el terrorismo, como técnica de matar, ha sido utilizado por muy variados movimientos políticos, algunos de los cuales han llegado a instaurar estados legalmente reconocidos a nivel internacional. También ha sido utilizado como táctica militar por estados enfrentados entre sí, incluso por algunos estados llamados democráticos, a través de agencias de espionaje e intervención política más o menos secretas. Y también el terrorismo ha sido táctica bélica de grupos violentos provenientes de la clase subalterna que aspiraban a derrocar los estados vigentes.
Casos conocidos de éxito político en el uso del terrorismo son el I.R.A en la guerra de independencia irlandesa, que dio origen a la actual República de Irlanda, y el terrorismo sionista que desembocó en la fundación del Estado de Israel, reconocido por la O.N.U. en 1948. También es conocida la lucha de Ben Laden en Afganistán contra la República laica aliada a la U.R.S.S., financiada por Arabia Saudí con el beneplácito y la colaboración de la inteligencia norteamericana. Este último caso es significativo porque ese antiguo agente de la política de los EE.UU. en Oriente Medio, Ben Laden, ha fundado una organización terrorista, Al Qaeda, que ha puesto en jaque a la defensa occidental. Otro caso menos conocido, pero igualmente importante, es la lucha victoriosa del Congreso Nacional Sudafricano contra el estado del apartheid, condenado mundialmente por racista. En este caso, el terrorismo era sólo un factor de lucha junto con las movilizaciones populares.
El terrorismo, como violencia para obtener fines políticos –o bien antipolíticos- consistente en el asesinato indiscriminado de civiles o discriminado de personalidades políticas, ha sido utilizado por organizaciones posicionadas en la extrema derecha, como la O.A.S. francesa –Organización del Ejército Secreto- o los fascistas italianos que buscaban desestabilizar la República italiana y el ascenso político del P.C.I.; del mismo modo, ha sido utilizado por organizaciones nacionalistas consideradas de extrema izquierda como E.T.A. o I.R.A, con una ideología próxima al maoísmo. La táctica terrorista ya se utilizaba en el siglo XIX por parte de los populistas rusos o los anarquistas del sur de Europa, como medio de lucha popular contra la dominación de la clase burguesa o las tiranías reaccionarias, seleccionando entre sus objetivas las clases poseedoras de la sociedad. Un ejemplo de este último lo tenemos en la actividad de la FAI en las España de los años 20, enfrentada a un terrorismo de estado promocionado por el ministro del Interior y los sindicatos amarillos.
Se ha querido hacer una taxonomía del fenómeno terrorista clasificándolo en dos etapas de su desarrollo: ‘terrorismo de viejo y de nuevo cuño’.[9] Esta tesis parece estar diseñada ad hoc para apoyar la versión de Zapatero, presidente de gobierno español, frente a las críticas de la derecha que relacionaban a dos organizaciones terroristas, ETA y Al Qaeda, como parte de un mismo entramado de violencia. Frente a esa idea, que el gobierno de Aznar intentó hacer plausible repitiéndola machaconamente en los medios de comunicación, habría que diferenciar terrorismos diferentes: ETA sería terrorismo de viejo cuño y Al Qaeda una nueva forma de terrorismo que ha aparecido con la globalización y que deriva de un enfrentamiento más amplio entre las civilizaciones musulmana y cristiana. Al mismo tiempo, se podría entender que la tesis de Giddens contiene una crítica implícita a la táctica norteamericana de ‘guerra contra el terrorismo’ -que mete a todos los terrorismos en el mismo saco-, como modo de establecer una hegemonía mundial basada en la dominación militar del planeta.
Pero la enorme variedad de grupos que han utilizado esa ‘técnica para matar’ no se deja encasillar tan fácilmente en esa teoría de Anthony Giddens. Pues dentro del terrorismo de viejo cuño no sólo hay que encuadrar a los nacionalistas, sino también a los anarquistas, los fascistas y aún al mismo estado y sus ejércitos y policías paralelas. Del mismo modo que entre los terroristas de nuevo cuño, no sólo hay que incluir a los integristas de creencia islámica, sino a los propios servicios de inteligencia de EE.UU. que crearon el G.I.A. y otros grupos terroristas afines en la lucha contra la República laica de Afganistán, aliada de la antigua U.R.S.S., y que se vieron implicados en otros conflictos similares en el ámbito mediterráneo en la década de los 90 (antigua Yugoeslavia).
Si hay características especiales de ese ‘nuevo terrorismo’ -para corregir las ideas vertidas por Giddens en su artículo- es que se enmarca dentro de la ‘guerra de civilizaciones’ diseñada o profetizada por Hungtinton –ideólogo del pentágono- a principio de los años 90 cuando desapareció la U.R.S.S. Es por eso que los objetivos del ‘terrorismo de nuevo cuño’ son más ambiciosos que los del viejo terrorismo, pues su marco de desarrollo es un conflicto mucho másamplio que el trataba de resolver el antiguo terrorismo. También su grado de crueldad es mucho más grande, pues el enfrentamiento se realiza entre civilizaciones diferentes que no tiene reglas comunes para civilizar los conflictos. Además los países colonizadores occidentales fueron , y lo siguen siendo, enormemente crueles a la hora de imponerse sobre las naciones dominadas. Con lo que la respuesta de éstas también lo puede llegar a ser. Un aspecto innovador de ese terrorismo es la utilización de las nuevas tecnologías y su aprovechamiento de las redes de comunicación y de movimientos establecidos por el capitalismo reciente. Resumiendo, el nuevo terrorismo es un terrorismo internacional y posmoderno; pero esto no son rasgos totalmente diferenciadores del antiguo, pues los anarquistas también eran internacionalistas y el uso de tecnologías modernas, se encuentra también en un ‘terrorismo de viejo cuño’, como es el de ETA. Y tampoco puede servir como elemento diferenciador de ambos terrorismos, el hecho de que el nuevo terrorismo sea promovido por grupos religiosos integristas; pues un poeta como Rimbaud sería hoy juzgado por delito de terrorismo, ya que vendió armas a los árabes sublevados contra la colonización inglesa en una rebelión de derviches.
Segunda definición: acciones bélicas no militares.
Si el terrorismo consistiera en la masacre de civiles para amedrentar a la población, entonces apenas podría distinguirse de la guerra colonial, tal como fue realizada desde la conquista americana del Imperio español hasta las últimas guerras coloniales del siglo XX .[10]
Tampoco puede distinguirse del asalto a Faluya por las tropas norteamericanas en la guerra de Irak. Esas acciones militares caerían bajo el rótulo de guerra terrorista. Por tanto, el elemento que diferencia el terrorismo de la guerra militar no es el objeto que padece la violencia –los civiles no implicados directamente en la lucha-, sino otro: la composición de las fuerzas que utilizan la violencia. Lo pertinente para distinguir el terrorismo de otras formas de violencia bélica son los agentes que la utilizan.
Podemos avanzar ahora una segunda característica de nuestra definición del terrorismo: se trata de acciones bélicas no militares. Por acciones bélicas entiendo acciones sociales violentas que tienden a la consecución de determinados fines políticos. No es lo mismo que militar; esto último es una institución social encargada de velar por la seguridad externa e interna de una sociedad, usando la violencia o la amenaza de violencia para conseguir dicho fin, y que se encuentra encuadrada bajo símbolos públicos reconocibles. El terrorismo es una ‘técnica de matar’ usada por grupos civiles no encuadrados militarmente, aunque puedan estar al servicio de un estado e incluso ser sus funcionarios. La distinción entre lo que es terrorismo y no lo es, es la que existe entre lo militar y lo no militar: lo militar es el uso público y reconocido de la violencia por parte de un estado más o menos legítimo para fines de organización social y de relaciones internacionales. El terrorismo es el uso de la violencia desde organizaciones de carácter clandestino o secreto, provenientes de la sociedad civil o incluso del propio estado, pero fuera de la normativa pública administrativa que define ese estado. Puesto que la violencia legítima es la ejercida por el estado para alcanzar fines de utilidad pública y bien común –hablando en términos de iure que no de facto-, la violencia no legitimada por las normas públicas y promulgadas, debe ser rechazada por la sociedad y el derecho. La ley determina la violencia legítima y ésta se usa para hacer cumplir la ley.
Lo militar es la voluntad de enmarcar la violencia dentro de determinadas reglas universalmente reconocidas y establecidas como legalidad internacional. El problema es que esas reglas son violadas por los contendientes y acaban en papel mojado, mera referencia abstracta, válida para juzgar los crímenes del vencido y no para frenar la potencia destructiva del vencedor. Los ejemplos abundan desde la Primera Guerra Mundial hasta el reciente asalto a Faluya en Irak por las tropas de los EE.UU., pasando por hechos históricos bien conocidos, como los bombardeos aliados de Alemania y Japón en la Segunda Guerra Mundial o la guerra de Vietnam. También en los procesos de invasión europea del resto del mundo en la época del colonialismo y el imperialismo.
La intencionalidad política existe en la violencia militar como en la no militar; la muerte de civiles no implicados directamente en la lucha sucede a las acciones militares, tanto como a la violencia bélica no militar. Es más, desde la Segunda Guerra Mundial la táctica de guerra militar contempla reconocidamente golpear a la población civil para desmoralizar al enemigo y obtener la victoria. Según informes de la O.N.U. más del 90% de los muertos en las guerras de la segunda mitad del siglo XX han sido civiles.
El terrorismo, como acciones bélicas de combatientes civiles o no militares, es una táctica complementaria de la guerra militar. El uso del terrorismo por los aparatos de inteligencia de los estados democráticos occidentales está documentado por algunos casos bien conocidos. En España hemos tenido un largo rosario de organizaciones terroristas, creadas a la sombra del estado y operando contra el Movimiento Vasco de Liberación Nacional: AAA, GAL, Batallón Vasco-Español, Guerrilleros de Cristo Rey, etc. Los servicios secretos franceses volaron el Rainbow Guarrior, yate insignia de la organización ecologista Greenpeace, por oponerse a las pruebas nucleares francesas en el Océano Pacífico. Por su parte la inteligencia norteamericana ha financiado, entrenado y apoyado, organizaciones terroristas que luchaban contra estados legítimos como el caso de Afganistán antes mencionado, o también Nicaragua. Lo mismo que durante décadas ha apoyado, financiado y protegido diplomáticamente a estados que utilizaron el terrorismo -entre otras técnicas de matar- como método de dominación o de guerra, como es el caso de Chile, Argentina, El Salvador, Colombia, Indonesia, Camboya, Zaire, Arabia Saudí, etc. Actualmente el terrorismo es fomentado por la potencia dominante; los propios EE.UU. utilizan actualmente el terrorismo contra Cuba y lo apoyan en nombre de una pretendida liberación del pueblo cubano sometido a la tiranía comunista. También la violencia terrorista ha sido utilizada por los aliados paramilitares de EE.UU. en Colombia, donde han llegado a dominar el estado, sin que ese estado haya tenido que sufrir condena alguna por parte de la O.T.A.N.
Por tanto, si alguien confió alguna vez en que la ‘guerra contra el terrorismo’ –promovida por el presidente de EE.UU., George Bush-, fuera a significar la erradicación del fenómeno, es que no estaba bien informado. Cuando el terrorismo interesa a la política estadounidense, no es más que una técnica para matar dentro de la guerra imperialista. El ejemplo más evidente es el de Colombia, donde la O.T.A.N. apoya a un estado gobernado por paramilitares, esto es, terroristas reconocidos. Hendrik Vaneeckhaute en su artículo ‘El terrorismo, sus causas y orígenes. ¿Por qué?’ –05/05/04-,pregunta: “¿Por qué el estado español vende armas y brinda apoyo político a regímenes dictatoriales, violadores de los derechos humanos o que amparan a grupos de terroristas, como son Nepal, Arabia Saudí, Colombia, Pakistán, Israel, etc.?” Y añade: “De hecho algunos terroristas son apoyados por nuestros propios gobernantes”.[11]
De modo que si alguien albergaba la esperanza de que la guerra contra el terrorismo fuera una auténtica declaración de intenciones para acabar con el fenómeno, parece que acabará defraudado.
Tercera definición: política internacional y violencia.
La pregunta es entonces por qué esos estados hegemónicos necesitan emplear la violencia ilegítima, disponiendo de tantos medios de violencia legítima. ¿Qué es lo que no se puede conseguir por la violencia legítima y debe ser alcanzado por el terrorismo? En primer lugar, dado el enorme potencial bélico y destructivo desarrollado por los actuales ejércitos existentes, se ha hecho imposible la guerra convencional. En cambio, aparece otra forma de violencia disminuida; la doctrina militar americana reconoce la existencia de Conflictos de Baja Intensidad, lo que no es sino otro nombre del terrorismo.[12] Lo que nos lleva a la paradójica conclusión de que la guerra convencional es tan enormemente destructiva en el estado actual de desarrollo de las fuerzas productivas, que pueblos y estados han sustituido ésta por el terrorismo. En Irak, el ejército no osó oponerse a las fuerzas aliadas –pues, como sucedió en la guerra de los Balcanes, la población civil habría sido masacrada por la aviación u otros medios más devastadores-, reconociendo su derrota cuando todavía había posibilidades de resistencia. Pero la población ha respondido con una guerra de resistencia a la ocupación de su territorio por las tropas extranjeras.
Es decir, el terrorismo es una guerra de baja intensidad, con lo que ya tenemos una tercera característica que podemos apuntar: el terrorismo es la continuación de la guerra por otros medios. Y si la guerra es la continuidad de la política por otros medios, el terrorismo resulta ser un medio para configurar la voluntad política de las poblaciones por la violencia, cuando un estado o una sociedad civil en vías de constituirse como estado, no tienen medios legítimos para realizar la política designada. En ese sentido el terrorismo es una táctica militar complementaria para los ejércitos convencionales o guerrilleros que luchan en los conflictos actuales. Y si el terrorismo es una técnica para matar gente, no olvidemos que la guerra actual posee técnicas mucho más mortíferas y definitivas para conseguirlo. A pesar del 11 S, que ha supuesto un refinamiento de la lucha terrorista.
Podemos reconocer, por tanto, que a través del terrorismo y de la ‘guerra contra el terrorismo’, se está perfilando el modelo de la dominación a nivel mundial. La construcción de un Estado Mundial, que se corresponde con la existencia de una economía globalizada, atraviesa ahora la etapa de un conflicto del que no pueden eliminarse los mecanismos violentos. ¿Cuáles son las razones de esa violencia estructural del capitalismo posmoderno?
En primer lugar, el consenso no puede alcanzarse porque la potencia militarmente hegemónica, los EE.UU., considera que el poder político debe descansar en la fuerza militar. No ve la razón para abdicar de su hegemonía conquistada en el terreno de la potencia bélica. En la humanidad del siglo XXI la ley sigue descansando en la fuerza, y no al revés. La O.N.U. ha sido descartada por la potencia hegemónica como instrumento para crear una organización internacional consensuada y basada en los principios de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Con la invasión aliada de Irak, se violó la poca legalidad internacional que la O.N.U. se esfuerza vanamente por imponer. El Sr. Richard Perle, miembro del Consejo Político Asesor del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, aseguró en un artículo traducido a varios idiomas, que el régimen de Saddam Hussein no se va sólo, con él también se hunde Naciones Unidas, "esa imponente jaula de grillos".[13]
La onU se ha visto impotente en efecto para reglamentar los conflictos inherentes a la humanidad del siglo XXI, pero tal vez el problema resida en la voluntad norteamericana de no encontrar ningún obstáculo que pueda oponerse a la satisfacción de sus intereses. Ante esa impotencia, las Declaraciones de la O.N.U. tienden a reglamentar esos conflictos de baja intensidad que constituyen el terrorismo introduciendo determinadas prohibiciones a la acción violenta. Por otro lado, la O.N.U. admite como legítimos determinados conflictos violentos derivados de situaciones políticas y sociales que violan los derechos humanos y que tienden a resolver determinadas situaciones de injusticia. Por eso la O.N.U. en sus normativas se refiere con más frecuencia a cuestiones concretas que a grandes definiciones generales y abstractas. Declaraciones para proteger la Aviación Civil, las Embajadas Diplomáticas, las Personalidades Políticas, etc., que buscan establecer un mínimo de racionalidad y unas reglas básicas en los conflictos violentos, de modo que quede abierta la puerta para la resolución pacífica de los mismos. Sin embargo, el carácter totalitario de la política internacional de las últimas décadas se manifiesta en la violación sistemática de la legitimidad emanada de la O.N.U. por parte de la potencia hegemónica y sus aliados. El caso más escandaloso es el estado de Israel, protegido por los EE.UU. y apoyado por la U.E., condenado repetidamente por violar los derechos humanos del pueblo palestino. Pero también podemos recordar el ataque a la embajada China en Belgrado por el ejército de la O.T.A.N., el asesinato de líderes políticos en Latinoamérica, la invasión de la isla caribeña de Granada y las continuas intervenciones norteamericanas en Latinoamérica, etc.
También podemos encontrar Declaraciones que encienden la alarma sobre la extensión creciente del fenómeno y que corroboran nuestra apreciación del terrorismo. En la Declaración de 17 de diciembre de 1984 podemos leer: la Asamblea general “expresando su profunda preocupación por el hecho de que en los últimos tiempos, en las relaciones entre Estados, se practique cada vez con más frecuencia el terrorismo estatal y se emprendan acciones militares y de otra índole contra la soberanía y la independencia política de los Estados y la libre determinación de los pueblos” etc. Sin duda esta Declaración pertenece al final de la guerra fría, la oposición militar entre la U.R.S.S. y EE.UU., una época ya acabada. Pero quizás nos dé una pista acerca de lo que ha cambiado en los últimos 20 años. Es decir, que el final de aquel periodo y la victoria de los EE.UU. y sus aliados sobre el sistema socialista, ha modificado profundamente la correlación de fuerzas a nivel internacional y, por tanto, las tácticas militares de la potencia dominante, los EE.UU. Si décadas pasadas no tuvo escrúpulos para utilizar el ‘terrorismo’ como táctica de guerra, eso mismo quizás ahora haya dejado de interesarle. Todavía se utiliza el terrorismo, pero la intención es acabar con él en todas sus manifestaciones. Tendríamos así la explicación de un cambio de discurso en la O.T.A.N., derivado de su nueva posición militar hegemónica: tras la consigna de ‘guerra contra el terrorismo’ hay la determinación de acabar con todos los posibles conflictos que puedan turbar la paz de los inversores norteamericanos poniendo en riesgo su alto nivel de vida.
Esa intolerancia contra el terrorismo, que se manifiesta en los medios de comunicación, es en realidad una intolerancia contra toda oposición a la hegemonía norteamericana y se dirige contra todo intento de proteger la economía por parte de países menos afortunados que las democracias occidentales. La expansión capitalista en su forma neoliberal, no admite alternativa alguna. Según comenta Mariano Aguirre, miembro del C.I.P. (Centro de Investigaciones para la Paz) algunos comentaristas ultraconservadores aprovecharon la victoria de Lula y Gutiérrez para plantear el surgimiento en América Latina de un "eje del mal", representado por el peso demográfico y el posible potencial nuclear de Brasil (aunque este país renunció hace años a sus planes de tener armas de este tipo), el poder del petróleo en manos de Chávez, la ayuda al terrorismo desde Cuba, el indigenismo en ascenso en Ecuador y Bolivia y los movimientos callejeros de resistencia en Argentina.
Cuarta definición: la guerra en el siglo XXI.
En segundo lugar, la violencia estructural del capitalismo tardío es consecuencia de la lucha por los recursos escasos del planeta tierra, la previsión de un agotamiento generalizado de los recursos escasos del planeta por su consumo derrochador e ineficiente desde el punto de vista energético.[14] Esa previsión que proviene de los años 70 –Informe del Club de Roma-, y apenas ha generado políticas económicas alternativas para remediar los pobreza
Los conflictos de la humanidad presente son múltiples y variados: la guerra de civilizaciones programada por el Pentágono estadounidense se presenta con un fondo histórico de tonos dramáticos: las hambrunas de los más pobres, enfermedades como el SIDA que se desarrollan sin paliativos por falta de intervenciones adecuadas, los genocidios en África y otras partes del mundo, el consumo irresponsable de los países ricos que agota las riquezas del planeta Tierra, etc. Pero la raíz de todos los problemas, es seguramente la situación de terrible injusticia en la que vivimos, provocada por el neoliberalismo. Los informes del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el desarrollo) y otras instancias de análisis económico, nos muestran un mundo cada vez más desequilibrado en su distribución de la riqueza: una pequeña capa de 300 personajes posee riquezas incalculables que equivalen a los ingresos de miles de millones de seres humanos en los países empobrecidos de los cinco continentes. Ese desequilibrio de la economía mundial se ha producido como consecuencia de la globalización del intercambio comercial y la creación de un sistema de producción unificado en la humanidad actual, conseguido mediante la ‘liberalización’ del flujo de capitales financieros en las últimas décadas del siglo XX. La consecuencia de la política neoliberal de esos años ha sido una economía que ha llevado a la miseria de una parte importante de la población mundial y agravadolos problemas medioambientales en todo el mundo; el hambre, la enfermedad, la infancia desdichada, la carencia de elementos básicos para la vida, la violencia, etc., afectan a miles de millones de habitantes del planeta tierra. La protección de los derechos humanos, encomendada a los estados firmantes de la Declaración de 1948 de la onU, no puede llevarse a cabo por la presión del sistema económico dominado por los intereses de unas cuantas grandes firmas multimillonarias. A esa injusticia hay que añadir la inviabilidad del actual modo de producción por agotamiento de los recursos naturales del planeta, con el pronóstico de un colapso de la civilización industrial en el siglo XXI.
Todo ello está condicionado en buena medida por la política económica del neoliberalismo, cuya racionalidad pretende establecerse sobre la construcción de una humanidad unificada mediante las relaciones comerciales y la democracia formal. Pero las relaciones comerciales están trucadas por el sistema de poderes subordinado al capital financiero, lo que produce la acumulación y concentración de capital antes señalada; y la ciudadanía en la democracia formal falla a la hora de controlar a los poderes públicos, por falta de instrumentos efectivos para realizar esa tarea. Por tanto, los supuestos beneficios de la globalización no llegan para justificar los desastres humanos que genera. Esos desastres se pueden comprender como una insuficiencia de la doctrina neoliberal: su defensa de los derechos humanos es ideológica, porque se refiere a los derechos de las minorías privilegiadas de la humanidad y la indiferencia ante el destino de la mayoría de la población mundial.
La falsedad de la política neoliberal cuestiona el valor de la democracia; aunque su actividad política tome los valores democráticos como eje de referencia en sus discursos; en la práctica sucede que esos valores sólo tiene efectividad para la minoría privilegiada de los países desarrollados del sistema global. Esa doctrina se nos manifiesta como algo puramente ideológico, pues pretende llevar y hasta imponer el modelo de vida de la minoría privilegiada a toda la humanidad, cuando ello no es posible; y no es posible precisamente por motivos meramente económicos, que son los que se invocan para justificar esa política. No hay suficientes recursos en el planeta tierra para generalizar el bienestar de ‘occidente’ a toda la población mundial. La riqueza de unos presupone la pobreza de otros. A menos que se cambien los parámetros mediante los que evaluamos la riqueza.
Por eso el neoliberalismo ha desembocado en la guerra total, convirtiéndose en una suerte de fascismo mundial. ¿De qué otro modo puede interpretarse la guerra preventiva como doctrina oficial del ejército más poderoso de la humanidad actual? Esa doctrina que viola todas las normas, convenciones, acuerdos internacionales, foros de discusión y debate, etc., con las que la humanidad civilizada intentó poner freno a ‘la guerra como continuidad de la política por otros medios’ –según el conocido dicho de Clausewitz. La guerra pasa ahora a ser la normalidad de las relaciones internacionales, la regla y no la excepción. De ese modo, el más fuerte puede imponer sus intereses nacionales particulares sobre los intereses colectivos de la humanidad.
Desde hace ya algunas décadas, los EE.UU. han dejado de actuar conforme la legalidad internacional dictada por la O.N.U., para actuar exclusivamente según sus intereses de potencia imperial. Primero se adoptó la guerra fría como fundamento para el desarrollo de la industria bélica, armamento atómico incluido. En ese contexto, los EE.UU. y sus aliados apoyaron al estado de Israel y su política genocida en Palestina. Y más tarde reconocieron y sostuvieron las dictaduras fascistas en los países latinoamericanos, especialmente las dictaduras del cono sur de América, Chile y Argentina. Amén de diferentes dictaduras en el sudeste asiático y África, como Filipinas, Indonesia, Zaire, Sudáfrica, etc. Cuando desapareció la U.R.S.S. como potencia enemiga, apareció la guerra de civilizaciones, programada por el Pentágono estadounidense como un desarrollo de la política belicista de su historia reciente. Pero lo que debemos entender es que esa política belicista es la defensa de un modo de vida basado en las riquezas de una minoría frente a la pobreza de la mayoría; es la nueva forma del imperialismo adaptado a las nuevas formas históricas de concentración y acumulación de capital.
Ese marco histórico en el que se mueve la humanidad de principios del siglo XXI, debe servir para estudiar tanto el desarrollo del fenómeno ‘terrorista’, como los factores reales que condicionan la política imperial de ‘guerra contra el terrorismo’ promovida por los gobiernos neoliberales de los EE.UU., en representación de la capa dominante del sistema económico mundial. Entrecomillo la palabra ‘terrorista’ por su carácter ideológico en la justificación de la política actual; sin una definición clara de su significado, el mismo fenómeno puede ser tachado de terrorista o no según los intereses del comando capitalista mundial. Ejemplo de ello sería el mismo Ben Laden, quien fue agente de EE.UU. en la guerra civil de Afganistán -promovida para poner en dificultades al estado soviético-, antes de volverse contra los propios intereses del capitalismo imperialista mundial. Ben Laden ha pasado de ser un luchador por la libertad a ser la auténtica bestia negra de la política mundial.
Sin entrar de momento en más matices, esa ideologización de la política internacional nos muestra la crisis mundial de la democracia formal, incapaz de afrontar coherentemente los problemas del desarrollo histórico. Crisis que tiene su expresión más evidente en el mismo foro que nació para garantizarla, la Organización de Naciones Unidas. La legitimidad de esta institución es reconocida por la mayoría de los países, pero los poderes fácticos de la política internacional han decidido prescindir de ella. La guerra de civilizaciones promovida por el gobierno de EE.UU. ha decidido prescindir de cualquier institución que limite sus intereses económicos y geoestratégicos, y lo ha demostrado en su guerra contra Irak.
Del mismo modo el fenómeno del terrorismo internacional y la guerra contra el terrorismo es una consecuencia del fracaso de la política neoliberal para generar un desarrollo equilibrado de la economía mundial. Al haberse hundido el socialismo por el fracaso de la U.R.S.S., se ha producido un desarrollo del integrismo en las civilizaciones tradicionales, como un intento de recuperar las instituciones que estaban encargadas de restablecer el orden y el equilibrio sociales. El liberalismo no tiene recursos suficientes para lograr ese objetivo, como se ha demostrado a lo largo del último siglo; por eso, la desaparición de las instituciones sociales de la clase trabajadora[1]–sindicatos, asociaciones mutualistas, de consumidores y de vecinos, partidos obreros, etc.-, o su desvirtuación tanto por la corrupción generada en el sistema de mercado como en el sistema de estado de partido único, ha producido el desarrollo de las ideologías integristas que habrían de cumplir el papel de hacer posible la cohesión social al modo tradicional.
Otro de los rasgos del neoliberalismo ha sido precisamente el menosprecio de las instituciones políticas, como instrumento para armonizar los intereses contrapuestos de la sociedad y generar consenso sobre el desarrollo humano. Ese menosprecio ha socavado a los estados nacionales y a las instituciones internacionales que salvaguardan los derechos humanos. De modo que la política neoliberal tiene como objetivo producir un nuevo autoritarismo que prescinde del estado para hacerse efectivo, y que se apoya en las estructuras económicas de carácter privado para realizarse. La imposibilidad de repetir la operación fascista de mediados del siglo XX, ha anulado el estado como factor de dominación política por parte de la clase dominante, pero deja el campo libre a los particulares para realizar la coacción en el terreno de la empresa privada.
Eso nos conduce a la desregulación completa de la vida pública, de modo que la regulación social viene a ser realizada por instancias privadas. La guerra y la violencia son desarrolladas por algún tipo de empresas privadas –como muestra el papel cada vez más importante de las empresas de seguridad y de mercenarios. Por eso, la deslegitimación del imperio es su falta de respeto por la ley, y se manifiesta en la ausencia de instituciones que puedan regular la vida social colectiva de la humanidad unificada por el capitalismo en una civilización única. Y esa ausencia ha sido creada por la dirección imperial para tener las manos libres a la hora de determinar la mejor manera de realizar sus intereses de dominación. Pero la incapacidad actual del comando imperial para realizar una organización armoniosa de las relaciones internacionales es el origen mismo de la respuesta violenta de los marginados que se manifiesta como terrorismo.
Ante la crisis de civilización que se evidencia cada vez con más fuerza, los interrogantes, las dudas se hacen enormes para las personas que intentan vivir conscientemente su presente. Y tras el fracaso de las experiencias socialistas del siglo XX, hay una inquietante pregunta en el aire: ¿qué modelo de humanidad tendrá futuro?
Apretando los tornillos
Hemos entrado en una nueva fase del desarrollo capitalista, la era del capitalismo global; algunos rasgos básicos de ese capitalismo ‘tardío’ de la era global son:[2]
-se caracteriza por la cultura posmoderna;
-ha creado una enorme acumulación y concentración de capital (Informe del PNUD 2002);
-la economía planetaria: está organizado sobre unas relaciones económicas, configuradas por la existencia de un mercado global de bienes y servicios;
-ese mercado está regulado políticamente y jurídicamente por instituciones internacionales de ideología neoliberal (BM, FMI, OCDE) y ordenado militarmente por la hegemonía del imperialismo norteamericano;
-ha desarrollado nuevas tecnologías de la información que automatizan la producción intelectual y está preparando una nueva revolución tecnológica en el área agrícola basada en la biotecnología;
-la desregulación demográfica y el desequilibrio económico crean enormes flujos migratorios desde el sur pobre hacia el norte rico; etc.
El capitalismo global se ha construido en las últimas décadas bajo los presupuestos neoliberales, apoyados por la violencia o la amenaza de violencia de la potencia hegemónica, arrasando con toda barrera arancelaria, política o militar que pudiera oponérsele. Los últimos reductos de resistencia frente al neoliberalismo de la potencia hegemónica han sido debidamente enumerados hace poco por la representante de gobierno de EE.UU. ante el mundo, Condolezza Rice: Cuba, Corea del Norte, Bielorrusia, Siria, Irán. El triunfalismo de esas recientes declaraciones da por descontada la oposición de los países musulmanes de Oriente Medio, a los que se considera ya derrotados militar y políticamente. La guerra de Irak -que amenaza en convertirse en una guerra de todo Oriente Medio- es un ejemplo de lo que puede repetirse en otros lugares del planeta. Al mercado global le corresponde una fase de ‘guerra global’ en las relaciones internacionales.
Sin embargo las resistencias son más variadas de lo que C. Rice parece creer. En América Latina por ejemplo existe un movimiento por la integración regional que podría producir un modelo alternativo al neoliberalismo. Y aunque la evolución de la región es todavía incierta y dudosa, no puede negarse la pujanza de las fuerzas socializantes y antiliberales en esa región, atrapada hasta ahora en los laberintos de un desarrollo imposible que se basaba en los presupuestos neoliberales. Después de 25 años de ofensiva neoliberal para implantar las normas neoliberales en el desarrollo económico a nivel mundial, lo que se puede constatar es que esas normas sólo han producido lo que ya sabíamos que podía pasar: ‘los ricos cada vez más ricos, los pobres cada vez más pobres’, según el diagnóstico que Marx apuntó en el siglo XIX.
Es cierto que, contra lo que algunos podíamos esperar, esa constatación no ha producido todavía un cambio de rumbo en la dirección fundamental de la economía global. Se confiaba en las fuerzas aglutinadas alrededor de los foros mundiales alternativos para poder realizar ese cambio. Pero esas fuerzas están en fase germinal y los poderes constituidos no son capaces de reorientar la economía mundial en un sentido más justo y equilibrado. Por eso lo que está en cuestión es el propio sistema de organización social en los países desarrollado. Pues los EE.UU. después de haber perdido la justificación ideológica de su empresa hegemónica basada en el neoliberalismo, pretenden ahora imponer su hegemonía por la fuerza de las armas.
El enemigo a batir no son esas resistencias en países pequeños y pobres que Rice pretende aniquilar. El auténtico objetivo de la política norteamericana y europea es preparar el enfrentamiento con el nuevo gigante económico que está apareciendo en Asia. La mayor fuerza de resistencia frente al neoliberalismo proviene del Sur y el Este de Asia, de la India y de China, donde existen las mayores poblaciones de la humanidad presente. En las próximas décadas la humanidad presenciará la competencia entre dos modelos diferentes de sociedad y cultura.[3] Para muchos el modelo occidental es inviable por el consumo irresponsable de bienes escasos, pero todavía no sabemos qué puede surgir de esas economías emergentes del lejano Oriente. Respecto de ellas hay tanta esperanza como incertidumbre.
Mientras tanto los estrategas norteamericanos han decidido intervenir en los países musulmanes, para completar una dominación hegemónica sobre ellos, que lleva décadas gestándose. Desde principio del siglo XX, cuando los ingleses expulsan a los turcos de Oriente Medio, hasta las recientes guerras de Afganistán e Irak, pasando por el apoyo al golpe fascista del general Sukarno en Indonesia y a los sucesivos gobiernos autoritarios en Irán, Pakistán, Emiratos Árabes, Yemen, etc. Esa intervención ha tomado, en su última fase, el lema de ‘guerra de civilizaciones’. Se trata de abolir una civilización entera, la islámica, que debe pasar a ser una reliquia del pasado. Es decir, lo que empezó siendo una alianza de las fuerzas conservadoras de las sociedades islámicas con el amigo americano -con el objetivo de impedir la penetración del socialismo-, se ha convertido en una transformación estructural de esas sociedades para adaptarlas al modelo neoliberal de la economía y la política.
El aparato propagandístico y la justificación ideológica de esa actitud avasalladora de occidente se apoya en la consigna de una ‘guerra contra el terrorismo’, proclamada por el presidente de los EE.UU., George Bush tras los atentados del 11 S contra las torres gemelas de Nueva York. Aunque fue planeada mucho antes: ya fue mencionada por el padre del actual presidente –también presidente de los EE.UU. y antiguo director de la C.I.A.- al final de la década de los 80. Como toda consigna propagandística, elaborada para las grandes masas, esa guerra contra el terrorismo viene a reforzarse en el imaginario colectivo por toda una serie de asociaciones de imágenes, emitidas por los medios de comunicación de los países occidentales, cuya misión consiste más en ocultar que desvelar la verdad.[4] La crítica queda para las minorías que se preocupan por enterarse del mundo en el que viven y luchan por vivir conscientemente la vida que tienen. La mayoría de la población es ajena al debate intelectual sobre el modelo de la sociedad en que el que vivimos. El capitalismo es una sociedad de masas, y las masas son dirigidas por la propaganda. Los problemas de conciencia apenas han preocupado a la mayoría de los consumidores del mundo libre, ni aún después de la Segunda Guerra Mundial con la enorme tragedia que supuso.
¿Qué es terrorismo?
¿Qué quiere decir ‘guerra contra el terrorismo’? Y aún más importante, ¿qué quiere decir ‘terrorismo’ en la jerga de los medios de comunicación que repiten las consignas de la clase hegemónica mundial? La propaganda se caracteriza por afectar al lado emocional del ser humano, evitando que la razón crítica interfiera en la modelación de las actitudes de los sujetos. Por lo que el término ‘terrorismo’ se encuentra cargado de todo tipo de connotaciones emocionales y pasionales.
Por otra parte, se intenta asociar el terrorismo con formas de humanidad tachadas de anticuadas o irracionales como son el nacionalismo y la religión. Frente al sociedad laica liberal, constituido por la democracia parlamentaria y la economía de mercado y libre empresa, esas otras formas de organización de la vida social, que son la nación y la religión, son tenidas por obstáculos para el desarrollo de las ‘institucionales racionales’ propias de las formas de vida moderna; pero su auténtico delito es que son contrarias a la civilización capitalista tal y como se está desarrollando en el neoliberalismo. No obstante, un análisis objetivo del desarrollo de los acontecimientos, podría llevarnos a la conclusión de que el neoliberalismo representa un totalitarismo de la mentalidad occidental, mucho más radical que el integrismo fanático de religiosos y nacionalistas. El totalitarismo del mercado libre, la libertad de los poderosos contra los débiles.
Ese conflicto entre el capitalismo expansionista y las diversas resistencias que se le oponen se manifiesta frecuentemente mediante la violencia. Y no pocas veces como guerras de diverso tipo. El recurso a la violencia en los distintos tipos de conflictos de la humanidad presente es abundante y la más de las veces inevitable, para los que quieren abrir la sociedad al mercado tanto como para los que quieren defender la sociedad de ese libre mercado. Como tenemos que demostrar el terrorismo no es sino una táctica bélica dentro de las guerrasque se producen en ese panorama conflictivo de la humanidad actual. Es interior a la guerra –y no exterior a ella, como parece querer mostrar la propaganda oficial.
Lo que ahora intentamos definir es la forma de una táctica bélica, ampliamente usada en la política internacional de las últimas décadas por numerosos agentes afiliados a todo tipo de organizaciones y estados. Con tales antecedentes se ve la dificultad de asignar una definición clara al término terrorismo. La Asamblea de la O.N.U. ha realizado numerosos debates, declaraciones e intentos de definición, que no acaban de convencer por unanimidad. Por ejemplo, si se quiere distinguir ‘terrorismo’ de ‘lucha guerrillera por la liberación nacional’ –algo que, dicho sea de paso, fue inventado en la península Ibérica para oponerse al invasor francés en la guerra de la Independencia-, de modo que ésta última sea legítima mientras que el primero no lo sea, se tropezarán con enormes dificultades para obtener la aceptación del gobierno de los EE.UU. La Convención contra el Terrorismo, adoptada por la onU en 1999, nunca entró en vigor, precisamente por la falta de consenso internacional sobre la distinción entre terroristas y guerrilleros.
Esa confusión sobre el significado de terrorismo puede permitir a los magistrados aplicar la ley como les parezca más oportuno.[5]
Y esa confusión crea también un limbo legal que se manifiesta en el trato recibido por los acusados de terrorismo. El tratamiento a los presos de Guantánamo acusados de terroristas contraviene todas las normas internacionales sobre prisioneros de guerra, o prisioneros en general, hasta el punto de poderse considerar como un campo de concentración peor que los ya conocidos de la época nazi en Alemania.[6] La acusación de terrorismo es hoy en día un anatema para el que lo recibe, que supone la destrucción probable no sólo de su persona, sino hasta de su misma dignidad humana. El o la acusado/a de terrorismo, como el o la acusado/a de brujería hace unos siglos, es objeto de degradación inmediata y fulminante de su humanidad, excluido/a del género humano y los derechos consagrados en las constituciones nacionales y los tratados internacionales. La indefinición del término ‘terrorismo’ hace que su empleo por los gobiernos de los estados sea tan temible como el uso de las palabras ‘brujería’ y ‘herejía’ por la Inquisición y la Iglesia en los siglos XV-XVII. Cuando la O.T.A.N. acusa a un estado de proteger a grupos terroristas, significa que está preparando un ataque fulminante y sin paliativos contra ese estado. Y como la propia potencia hegemónica utiliza y fomenta el terrorismo entre sus aliados, sus amenazas pueden volverse contra sus amigos en el momento que estos muestren alguna debilidad en su fidelidad o alguna veleidad de independencia frente a los dictados de la política hegemónica. Es el caso del propio Sadam Hussein en Irak. Pero también el de Noriega en Panamá –en este caso la acusación fue de tráfico de drogas, también fomentado por la CIA. Y Ben Laden, etc.
La guerra contra el terrorismo participa de esa especie de cruzada contra el mal, que el gobierno de los EE.UU. pretende dirigir en los albores del siglo XXI. Enraíza en el integrismo popular del ciudadano medio norteamericano y el integrismo fanático de las elites conservadoras de ese país. La fuerte creencia en un destino divino de la nación americana es la excusa para cometer toda clase de crímenes contra aquellos que se oponen su dominación sin concesiones. Y esa dominación es la dominación del libre mercado y de las grandes compañías trasnacionales que lo dirigen y manipulan; la validez inapelable de los dictámenes del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Sus enemigos forman un ‘eje del mal’ que comprende países que se oponen a los intereses de la potencia hegemónica. De ese modo la criminal guerra en Oriente Medio que se está desarrollando en Irak y Palestina contra los pueblos árabes, puede llegar a extenderse pronto a otros países vecinos. Previamente, éstos habrán sido acusados de proteger el terrorismo, como está sucediendo actualmente con Siria e Irán.
La potencia hegemónica mundial es la menos interesada en una aclaración del término terrorismo, que utiliza como consigna de movilización popular y ciudadana; puesto que, como ha señalado Noam Chomski, el terrorismo ha sido utilizado abundantemente por los EE.UU. en su política exterior a lo largo de su historia, hasta el punto de poder afirmar que el terrorismo no es el arma de los débiles, sino un arma de los fuertes, al lado de otros medios de violencia militar.[7] La guerra por todos los medios y todos los medios para la guerra, parece ser la consigna de la potencia hegemónica y sus aliados europeos de la O.T.A.N. Lo bélico, en su faceta militar –las fuerzas armadas hegemónicas de la O.T.A.N.- o en su aspecto no militar –la violencia civil que tenemos que analizar-, aparece a los comienzos del siglo XXI en su máximo desarrollo y expresión, dentro del marco de un modo de producción decadente que está agotando sus últimos recursos, y lo sabe, aunque mistifica esa conciencia mediante el integrismo religioso y la mentira programada y sistemáticamente empleada en política. Quizás no estemos tan lejos de volver a repetir la aventura nazi de mediados del siglo XX.
Primera definición: descripción de un fenómeno bélico.
En un pequeño ensayo sobre el significado militar del Tratado Constitucional Europeo, José Luis Gordillo comenta las declaraciones de un tal Zbigniew Brzenzinski, asesor de James Carter y primer presidente de la Comisión Trilateral, según las cuales “la expresión ‘guerra contra el terrorismo’ es poco afortunada, pues el ‘terrorismo’ solamente es una ‘técnica para matar gente’. Si la guerra es la continuación de la política por otros medios, entonces no se libra contra una ‘técnica para matar’, sino contra determinados proyectos políticos que se pretenden imponer mediante la violencia”. Quizás esta aclaración pueda echar algo de luz sobre el confusionismo con que se utiliza la palabra ‘terrorismo’ en la política de la última década. Pues ese término aparece como un comodín que los estrategas de la O.T.A.N. han utilizado para arrojarlo sobre sus enemigos, sin distinguir muy bien lo que quiere decir. El ‘terrorismo’ ha pasado a ser un término gastado que no designa una actitud criminal, sino al enemigo criminalizado del poder político hegemónico. Como afirma José Luis Gordillo, la definición común de terrorismo elaborada por la normativa europea tras el 11 S, es “tan amplia, tan vaga y tan abstracta que en ella caben desde la invasión y la ocupación de Irak, hasta los actos de boicot o de desobediencia no violenta protagonizados por el movimiento altermundista”.[8]
Lo primero que hemos de visualizar es que el terrorismo, como técnica de matar, ha sido utilizado por muy variados movimientos políticos, algunos de los cuales han llegado a instaurar estados legalmente reconocidos a nivel internacional. También ha sido utilizado como táctica militar por estados enfrentados entre sí, incluso por algunos estados llamados democráticos, a través de agencias de espionaje e intervención política más o menos secretas. Y también el terrorismo ha sido táctica bélica de grupos violentos provenientes de la clase subalterna que aspiraban a derrocar los estados vigentes.
Casos conocidos de éxito político en el uso del terrorismo son el I.R.A en la guerra de independencia irlandesa, que dio origen a la actual República de Irlanda, y el terrorismo sionista que desembocó en la fundación del Estado de Israel, reconocido por la O.N.U. en 1948. También es conocida la lucha de Ben Laden en Afganistán contra la República laica aliada a la U.R.S.S., financiada por Arabia Saudí con el beneplácito y la colaboración de la inteligencia norteamericana. Este último caso es significativo porque ese antiguo agente de la política de los EE.UU. en Oriente Medio, Ben Laden, ha fundado una organización terrorista, Al Qaeda, que ha puesto en jaque a la defensa occidental. Otro caso menos conocido, pero igualmente importante, es la lucha victoriosa del Congreso Nacional Sudafricano contra el estado del apartheid, condenado mundialmente por racista. En este caso, el terrorismo era sólo un factor de lucha junto con las movilizaciones populares.
El terrorismo, como violencia para obtener fines políticos –o bien antipolíticos- consistente en el asesinato indiscriminado de civiles o discriminado de personalidades políticas, ha sido utilizado por organizaciones posicionadas en la extrema derecha, como la O.A.S. francesa –Organización del Ejército Secreto- o los fascistas italianos que buscaban desestabilizar la República italiana y el ascenso político del P.C.I.; del mismo modo, ha sido utilizado por organizaciones nacionalistas consideradas de extrema izquierda como E.T.A. o I.R.A, con una ideología próxima al maoísmo. La táctica terrorista ya se utilizaba en el siglo XIX por parte de los populistas rusos o los anarquistas del sur de Europa, como medio de lucha popular contra la dominación de la clase burguesa o las tiranías reaccionarias, seleccionando entre sus objetivas las clases poseedoras de la sociedad. Un ejemplo de este último lo tenemos en la actividad de la FAI en las España de los años 20, enfrentada a un terrorismo de estado promocionado por el ministro del Interior y los sindicatos amarillos.
Se ha querido hacer una taxonomía del fenómeno terrorista clasificándolo en dos etapas de su desarrollo: ‘terrorismo de viejo y de nuevo cuño’.[9] Esta tesis parece estar diseñada ad hoc para apoyar la versión de Zapatero, presidente de gobierno español, frente a las críticas de la derecha que relacionaban a dos organizaciones terroristas, ETA y Al Qaeda, como parte de un mismo entramado de violencia. Frente a esa idea, que el gobierno de Aznar intentó hacer plausible repitiéndola machaconamente en los medios de comunicación, habría que diferenciar terrorismos diferentes: ETA sería terrorismo de viejo cuño y Al Qaeda una nueva forma de terrorismo que ha aparecido con la globalización y que deriva de un enfrentamiento más amplio entre las civilizaciones musulmana y cristiana. Al mismo tiempo, se podría entender que la tesis de Giddens contiene una crítica implícita a la táctica norteamericana de ‘guerra contra el terrorismo’ -que mete a todos los terrorismos en el mismo saco-, como modo de establecer una hegemonía mundial basada en la dominación militar del planeta.
Pero la enorme variedad de grupos que han utilizado esa ‘técnica para matar’ no se deja encasillar tan fácilmente en esa teoría de Anthony Giddens. Pues dentro del terrorismo de viejo cuño no sólo hay que encuadrar a los nacionalistas, sino también a los anarquistas, los fascistas y aún al mismo estado y sus ejércitos y policías paralelas. Del mismo modo que entre los terroristas de nuevo cuño, no sólo hay que incluir a los integristas de creencia islámica, sino a los propios servicios de inteligencia de EE.UU. que crearon el G.I.A. y otros grupos terroristas afines en la lucha contra la República laica de Afganistán, aliada de la antigua U.R.S.S., y que se vieron implicados en otros conflictos similares en el ámbito mediterráneo en la década de los 90 (antigua Yugoeslavia).
Si hay características especiales de ese ‘nuevo terrorismo’ -para corregir las ideas vertidas por Giddens en su artículo- es que se enmarca dentro de la ‘guerra de civilizaciones’ diseñada o profetizada por Hungtinton –ideólogo del pentágono- a principio de los años 90 cuando desapareció la U.R.S.S. Es por eso que los objetivos del ‘terrorismo de nuevo cuño’ son más ambiciosos que los del viejo terrorismo, pues su marco de desarrollo es un conflicto mucho másamplio que el trataba de resolver el antiguo terrorismo. También su grado de crueldad es mucho más grande, pues el enfrentamiento se realiza entre civilizaciones diferentes que no tiene reglas comunes para civilizar los conflictos. Además los países colonizadores occidentales fueron , y lo siguen siendo, enormemente crueles a la hora de imponerse sobre las naciones dominadas. Con lo que la respuesta de éstas también lo puede llegar a ser. Un aspecto innovador de ese terrorismo es la utilización de las nuevas tecnologías y su aprovechamiento de las redes de comunicación y de movimientos establecidos por el capitalismo reciente. Resumiendo, el nuevo terrorismo es un terrorismo internacional y posmoderno; pero esto no son rasgos totalmente diferenciadores del antiguo, pues los anarquistas también eran internacionalistas y el uso de tecnologías modernas, se encuentra también en un ‘terrorismo de viejo cuño’, como es el de ETA. Y tampoco puede servir como elemento diferenciador de ambos terrorismos, el hecho de que el nuevo terrorismo sea promovido por grupos religiosos integristas; pues un poeta como Rimbaud sería hoy juzgado por delito de terrorismo, ya que vendió armas a los árabes sublevados contra la colonización inglesa en una rebelión de derviches.
Segunda definición: acciones bélicas no militares.
Si el terrorismo consistiera en la masacre de civiles para amedrentar a la población, entonces apenas podría distinguirse de la guerra colonial, tal como fue realizada desde la conquista americana del Imperio español hasta las últimas guerras coloniales del siglo XX .[10]
Tampoco puede distinguirse del asalto a Faluya por las tropas norteamericanas en la guerra de Irak. Esas acciones militares caerían bajo el rótulo de guerra terrorista. Por tanto, el elemento que diferencia el terrorismo de la guerra militar no es el objeto que padece la violencia –los civiles no implicados directamente en la lucha-, sino otro: la composición de las fuerzas que utilizan la violencia. Lo pertinente para distinguir el terrorismo de otras formas de violencia bélica son los agentes que la utilizan.
Podemos avanzar ahora una segunda característica de nuestra definición del terrorismo: se trata de acciones bélicas no militares. Por acciones bélicas entiendo acciones sociales violentas que tienden a la consecución de determinados fines políticos. No es lo mismo que militar; esto último es una institución social encargada de velar por la seguridad externa e interna de una sociedad, usando la violencia o la amenaza de violencia para conseguir dicho fin, y que se encuentra encuadrada bajo símbolos públicos reconocibles. El terrorismo es una ‘técnica de matar’ usada por grupos civiles no encuadrados militarmente, aunque puedan estar al servicio de un estado e incluso ser sus funcionarios. La distinción entre lo que es terrorismo y no lo es, es la que existe entre lo militar y lo no militar: lo militar es el uso público y reconocido de la violencia por parte de un estado más o menos legítimo para fines de organización social y de relaciones internacionales. El terrorismo es el uso de la violencia desde organizaciones de carácter clandestino o secreto, provenientes de la sociedad civil o incluso del propio estado, pero fuera de la normativa pública administrativa que define ese estado. Puesto que la violencia legítima es la ejercida por el estado para alcanzar fines de utilidad pública y bien común –hablando en términos de iure que no de facto-, la violencia no legitimada por las normas públicas y promulgadas, debe ser rechazada por la sociedad y el derecho. La ley determina la violencia legítima y ésta se usa para hacer cumplir la ley.
Lo militar es la voluntad de enmarcar la violencia dentro de determinadas reglas universalmente reconocidas y establecidas como legalidad internacional. El problema es que esas reglas son violadas por los contendientes y acaban en papel mojado, mera referencia abstracta, válida para juzgar los crímenes del vencido y no para frenar la potencia destructiva del vencedor. Los ejemplos abundan desde la Primera Guerra Mundial hasta el reciente asalto a Faluya en Irak por las tropas de los EE.UU., pasando por hechos históricos bien conocidos, como los bombardeos aliados de Alemania y Japón en la Segunda Guerra Mundial o la guerra de Vietnam. También en los procesos de invasión europea del resto del mundo en la época del colonialismo y el imperialismo.
La intencionalidad política existe en la violencia militar como en la no militar; la muerte de civiles no implicados directamente en la lucha sucede a las acciones militares, tanto como a la violencia bélica no militar. Es más, desde la Segunda Guerra Mundial la táctica de guerra militar contempla reconocidamente golpear a la población civil para desmoralizar al enemigo y obtener la victoria. Según informes de la O.N.U. más del 90% de los muertos en las guerras de la segunda mitad del siglo XX han sido civiles.
El terrorismo, como acciones bélicas de combatientes civiles o no militares, es una táctica complementaria de la guerra militar. El uso del terrorismo por los aparatos de inteligencia de los estados democráticos occidentales está documentado por algunos casos bien conocidos. En España hemos tenido un largo rosario de organizaciones terroristas, creadas a la sombra del estado y operando contra el Movimiento Vasco de Liberación Nacional: AAA, GAL, Batallón Vasco-Español, Guerrilleros de Cristo Rey, etc. Los servicios secretos franceses volaron el Rainbow Guarrior, yate insignia de la organización ecologista Greenpeace, por oponerse a las pruebas nucleares francesas en el Océano Pacífico. Por su parte la inteligencia norteamericana ha financiado, entrenado y apoyado, organizaciones terroristas que luchaban contra estados legítimos como el caso de Afganistán antes mencionado, o también Nicaragua. Lo mismo que durante décadas ha apoyado, financiado y protegido diplomáticamente a estados que utilizaron el terrorismo -entre otras técnicas de matar- como método de dominación o de guerra, como es el caso de Chile, Argentina, El Salvador, Colombia, Indonesia, Camboya, Zaire, Arabia Saudí, etc. Actualmente el terrorismo es fomentado por la potencia dominante; los propios EE.UU. utilizan actualmente el terrorismo contra Cuba y lo apoyan en nombre de una pretendida liberación del pueblo cubano sometido a la tiranía comunista. También la violencia terrorista ha sido utilizada por los aliados paramilitares de EE.UU. en Colombia, donde han llegado a dominar el estado, sin que ese estado haya tenido que sufrir condena alguna por parte de la O.T.A.N.
Por tanto, si alguien confió alguna vez en que la ‘guerra contra el terrorismo’ –promovida por el presidente de EE.UU., George Bush-, fuera a significar la erradicación del fenómeno, es que no estaba bien informado. Cuando el terrorismo interesa a la política estadounidense, no es más que una técnica para matar dentro de la guerra imperialista. El ejemplo más evidente es el de Colombia, donde la O.T.A.N. apoya a un estado gobernado por paramilitares, esto es, terroristas reconocidos. Hendrik Vaneeckhaute en su artículo ‘El terrorismo, sus causas y orígenes. ¿Por qué?’ –05/05/04-,pregunta: “¿Por qué el estado español vende armas y brinda apoyo político a regímenes dictatoriales, violadores de los derechos humanos o que amparan a grupos de terroristas, como son Nepal, Arabia Saudí, Colombia, Pakistán, Israel, etc.?” Y añade: “De hecho algunos terroristas son apoyados por nuestros propios gobernantes”.[11]
De modo que si alguien albergaba la esperanza de que la guerra contra el terrorismo fuera una auténtica declaración de intenciones para acabar con el fenómeno, parece que acabará defraudado.
Tercera definición: política internacional y violencia.
La pregunta es entonces por qué esos estados hegemónicos necesitan emplear la violencia ilegítima, disponiendo de tantos medios de violencia legítima. ¿Qué es lo que no se puede conseguir por la violencia legítima y debe ser alcanzado por el terrorismo? En primer lugar, dado el enorme potencial bélico y destructivo desarrollado por los actuales ejércitos existentes, se ha hecho imposible la guerra convencional. En cambio, aparece otra forma de violencia disminuida; la doctrina militar americana reconoce la existencia de Conflictos de Baja Intensidad, lo que no es sino otro nombre del terrorismo.[12] Lo que nos lleva a la paradójica conclusión de que la guerra convencional es tan enormemente destructiva en el estado actual de desarrollo de las fuerzas productivas, que pueblos y estados han sustituido ésta por el terrorismo. En Irak, el ejército no osó oponerse a las fuerzas aliadas –pues, como sucedió en la guerra de los Balcanes, la población civil habría sido masacrada por la aviación u otros medios más devastadores-, reconociendo su derrota cuando todavía había posibilidades de resistencia. Pero la población ha respondido con una guerra de resistencia a la ocupación de su territorio por las tropas extranjeras.
Es decir, el terrorismo es una guerra de baja intensidad, con lo que ya tenemos una tercera característica que podemos apuntar: el terrorismo es la continuación de la guerra por otros medios. Y si la guerra es la continuidad de la política por otros medios, el terrorismo resulta ser un medio para configurar la voluntad política de las poblaciones por la violencia, cuando un estado o una sociedad civil en vías de constituirse como estado, no tienen medios legítimos para realizar la política designada. En ese sentido el terrorismo es una táctica militar complementaria para los ejércitos convencionales o guerrilleros que luchan en los conflictos actuales. Y si el terrorismo es una técnica para matar gente, no olvidemos que la guerra actual posee técnicas mucho más mortíferas y definitivas para conseguirlo. A pesar del 11 S, que ha supuesto un refinamiento de la lucha terrorista.
Podemos reconocer, por tanto, que a través del terrorismo y de la ‘guerra contra el terrorismo’, se está perfilando el modelo de la dominación a nivel mundial. La construcción de un Estado Mundial, que se corresponde con la existencia de una economía globalizada, atraviesa ahora la etapa de un conflicto del que no pueden eliminarse los mecanismos violentos. ¿Cuáles son las razones de esa violencia estructural del capitalismo posmoderno?
En primer lugar, el consenso no puede alcanzarse porque la potencia militarmente hegemónica, los EE.UU., considera que el poder político debe descansar en la fuerza militar. No ve la razón para abdicar de su hegemonía conquistada en el terreno de la potencia bélica. En la humanidad del siglo XXI la ley sigue descansando en la fuerza, y no al revés. La O.N.U. ha sido descartada por la potencia hegemónica como instrumento para crear una organización internacional consensuada y basada en los principios de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Con la invasión aliada de Irak, se violó la poca legalidad internacional que la O.N.U. se esfuerza vanamente por imponer. El Sr. Richard Perle, miembro del Consejo Político Asesor del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, aseguró en un artículo traducido a varios idiomas, que el régimen de Saddam Hussein no se va sólo, con él también se hunde Naciones Unidas, "esa imponente jaula de grillos".[13]
La onU se ha visto impotente en efecto para reglamentar los conflictos inherentes a la humanidad del siglo XXI, pero tal vez el problema resida en la voluntad norteamericana de no encontrar ningún obstáculo que pueda oponerse a la satisfacción de sus intereses. Ante esa impotencia, las Declaraciones de la O.N.U. tienden a reglamentar esos conflictos de baja intensidad que constituyen el terrorismo introduciendo determinadas prohibiciones a la acción violenta. Por otro lado, la O.N.U. admite como legítimos determinados conflictos violentos derivados de situaciones políticas y sociales que violan los derechos humanos y que tienden a resolver determinadas situaciones de injusticia. Por eso la O.N.U. en sus normativas se refiere con más frecuencia a cuestiones concretas que a grandes definiciones generales y abstractas. Declaraciones para proteger la Aviación Civil, las Embajadas Diplomáticas, las Personalidades Políticas, etc., que buscan establecer un mínimo de racionalidad y unas reglas básicas en los conflictos violentos, de modo que quede abierta la puerta para la resolución pacífica de los mismos. Sin embargo, el carácter totalitario de la política internacional de las últimas décadas se manifiesta en la violación sistemática de la legitimidad emanada de la O.N.U. por parte de la potencia hegemónica y sus aliados. El caso más escandaloso es el estado de Israel, protegido por los EE.UU. y apoyado por la U.E., condenado repetidamente por violar los derechos humanos del pueblo palestino. Pero también podemos recordar el ataque a la embajada China en Belgrado por el ejército de la O.T.A.N., el asesinato de líderes políticos en Latinoamérica, la invasión de la isla caribeña de Granada y las continuas intervenciones norteamericanas en Latinoamérica, etc.
También podemos encontrar Declaraciones que encienden la alarma sobre la extensión creciente del fenómeno y que corroboran nuestra apreciación del terrorismo. En la Declaración de 17 de diciembre de 1984 podemos leer: la Asamblea general “expresando su profunda preocupación por el hecho de que en los últimos tiempos, en las relaciones entre Estados, se practique cada vez con más frecuencia el terrorismo estatal y se emprendan acciones militares y de otra índole contra la soberanía y la independencia política de los Estados y la libre determinación de los pueblos” etc. Sin duda esta Declaración pertenece al final de la guerra fría, la oposición militar entre la U.R.S.S. y EE.UU., una época ya acabada. Pero quizás nos dé una pista acerca de lo que ha cambiado en los últimos 20 años. Es decir, que el final de aquel periodo y la victoria de los EE.UU. y sus aliados sobre el sistema socialista, ha modificado profundamente la correlación de fuerzas a nivel internacional y, por tanto, las tácticas militares de la potencia dominante, los EE.UU. Si décadas pasadas no tuvo escrúpulos para utilizar el ‘terrorismo’ como táctica de guerra, eso mismo quizás ahora haya dejado de interesarle. Todavía se utiliza el terrorismo, pero la intención es acabar con él en todas sus manifestaciones. Tendríamos así la explicación de un cambio de discurso en la O.T.A.N., derivado de su nueva posición militar hegemónica: tras la consigna de ‘guerra contra el terrorismo’ hay la determinación de acabar con todos los posibles conflictos que puedan turbar la paz de los inversores norteamericanos poniendo en riesgo su alto nivel de vida.
Esa intolerancia contra el terrorismo, que se manifiesta en los medios de comunicación, es en realidad una intolerancia contra toda oposición a la hegemonía norteamericana y se dirige contra todo intento de proteger la economía por parte de países menos afortunados que las democracias occidentales. La expansión capitalista en su forma neoliberal, no admite alternativa alguna. Según comenta Mariano Aguirre, miembro del C.I.P. (Centro de Investigaciones para la Paz) algunos comentaristas ultraconservadores aprovecharon la victoria de Lula y Gutiérrez para plantear el surgimiento en América Latina de un "eje del mal", representado por el peso demográfico y el posible potencial nuclear de Brasil (aunque este país renunció hace años a sus planes de tener armas de este tipo), el poder del petróleo en manos de Chávez, la ayuda al terrorismo desde Cuba, el indigenismo en ascenso en Ecuador y Bolivia y los movimientos callejeros de resistencia en Argentina.
Cuarta definición: la guerra en el siglo XXI.
En segundo lugar, la violencia estructural del capitalismo tardío es consecuencia de la lucha por los recursos escasos del planeta tierra, la previsión de un agotamiento generalizado de los recursos escasos del planeta por su consumo derrochador e ineficiente desde el punto de vista energético.[14] Esa previsión que proviene de los años 70 –Informe del Club de Roma-, y apenas ha generado políticas económicas alternativas para remediar los pobreza
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